Autora: Ana Muñoz


El machismo comienza a gestarse en la infancia, a través de la educación que los niños (y también las niñas) reciben en sus casas, colegios, medios de comunicación, etc.

Las niñas y niños más pequeños se guían exclusivamente por sus propios gustos a la hora de escoger juguetes, ropa, etc. Sin embargo, sus padres y madres (así como la sociedad) empiezan a influir muy pronto en estas decisiones, encaminando a las niñas hacia juguetes y actitudes “de niñas” y a los niños hacia juguetes y actitudes “de niños”. Esta discriminación es aún más intensa con los niños que con las niñas. Es decir, si una niña quiere cosas “de niños” se acepta a menudo con naturalidad. Al fin y al cabo, en una sociedad patriarcal, lo masculino se valora más, de manera que desearlo no se ve siempre como algo negativo.

En cambio, cuando son los niños los que desean cosas “de niña”, pueden encontrarse con un gran rechazo por parte de los demás, así como burlas, risas, desprecio o incluso regañinas por parte de los padres. Por ejemplo, compara la niña que quiere jugar con coches o vestirse de Batman con el niño que quiere jugar con muñecas, vestirse de princesa o pasear un cochecito de bebé por la calle. A mucha gente le cuesta mucho más aceptar esto último.

Cuando a los niños se les desprecia por desear “cosas de niñas”, se les está enseñando a despreciar lo femenino y, como consecuencia, a despreciar también a las niñas y mujeres. Se les enseña que hay algo malo y despreciable en lo femenino, que hay algo malo que emana de la mujer y que si ellos la imitan se convertirán en seres inferiores y dignos de desprecio. Por tanto, educar así a los niños es lo mismo que educarlos para odiar a las mujeres.

De este modo, los niños socializados así crecen rechazando a las niñas: no juegan con ellas, rechazan sus juguetes, sus ropas, sus “películas”, su “música”. Por supuesto, no hay películas de niñas ni música de niñas, pero el miedo a lo femenino (es decir, el miedo al castigo por sentirse atraído por lo femenino) hace que los niños se obsesionen cada vez más con esta distinción, hasta el punto de preguntarse siempre “¿esto es de niño o de niña?” para saber si puede gustarle o no en vez de seguir sus propios deseos y preferencias a la hora de elegir.

Por supuesto, a las niñas también les pasa esto, aunque dado que el rechazo que ellas padecen al elegir cosas “de niños” no es ya tan fuerte como en el pasado, están empezando a elegir con más libertad. No obstante, han de padecer el rechazo procedente de ese desprecio hacia lo femenino, como si ellas tuvieran menos valor y las “cosas de niños” fueran superiores.

Este intenso deseo de diferenciar cosas de niños y cosas de niñas hace que los niños (así como los adolescentes y los adultos, pues muchos llegan a la edad adulta sin haberse librado de estas ideas absurdas) tengan una gran necesidad de tener cosas solo para ellos, cosas que las niñas o mujeres no deberían tocar. De hecho, pueden reaccionar incluso con violencia cuando las chicas intentan entrar en lo que consideran su terreno (videojuegos, ciertos tipos de música, fútbol, etc). Es como si necesitaran esta diferenciación para sentirse hombres.

En la edad adulta, estos hombres siguen necesitando establecer diferencias claras y tajantes entre cosas de hombres y cosas de mujeres, comportamientos, masculinos y femeninos, tareas femeninas y masculinas, sin ser conscientes de que este miedo a lo femenino es absurdo, que esta distinción por sexos no tiene ningún sentido y solo sirve para coartar la libertad de las personas y meterlas en moldes estereotipados y muy limitados.

Por tanto, si no quieres que tu hijo acabe odiando a las mujeres, no actúes como si existieran cosas de niños y cosas de niñas, no actúes como si lo “femenino” (si es que algo así existe) fuera algo malo, castrador y destructor de hombres. No pasa nada si tu hijo quiere jugar con muñecas o con cochecitos de bebé o pintarse las uñas, y no pasa nada si admira a la princesa de Frozen y quiere disfrazarse como ella, si su cantante favorita es una mujer, si admira a una niña o mujer, si sale a la calle con un paraguas rosa, si quiere llevar el pelo largo y ponerse una diadema…

Enseñarles a despreciar las cosas “de niñas” es enseñarles a despreciar a las mujeres. Es perfectamente normal que se sientan atraídos por algunas de esas cosas al mismo tiempo que se sienten atraídos por coches, camiones, fútbol, etc. Y lo mismo sucede con las niñas: pueden sentirse atraídas por muchas cosas distintas y dividirlas en cosas de niñas y cosas de niños es dañino para la sociedad en general, especialmente para las niñas y mujeres, porque el hombre que más probabilidades tiene de acosar a mujeres, decirles obscenidades por la calle, violar, abusar, maltratar, discriminar, etc., es aquel que desprecia a las mujeres, que las considera inferiores. No enseñes a tus hijos a hacer eso.

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