Autora: Ana Muñoz

La neumonía es una infección en los pulmones que causa inflamación en los alveolos, los pequeños sacos de aire donde se produce el intercambio de oxígeno y dióxido de carbono. Esta inflamación puede estar causada por bacterias, virus, hongos o, en raros casos, parásitos. Los síntomas comunes incluyen tos con producción de esputo, fiebre, dificultad para respirar, dolor en el pecho y fatiga. La neumonía puede variar en gravedad, desde formas leves hasta graves y, en algunos casos, especialmente en personas mayores o con sistemas inmunitarios debilitados, puede ser potencialmente mortal. El tratamiento generalmente incluye antibióticos, antivirales o antifúngicos, dependiendo de la causa, y en casos graves puede requerir hospitalización.

Mecanismos de defensa del pulmón

Nuestras vías respiratorias y alveolos entran cada día en contacto con aire que contiene polvo, sustancias químicas y microorganismos peligrosos. El destino de las partículas inhaladas depende de su tamaño. Las más grandes se depositan en las vías respiratorias superiores, las medianas en la tráquea y los bronquios y las más pequeñas se depositan en las vías respiratorias terminales y en los alveolos.

El pulmón posee una serie de mecanismos de defensa que eliminan estas partículas de la siguiente manera:

Depuración nasal. Las partículas que se depositan en la parte anterior de las vías respiratorias se eliminan al estornudar o sonarse.

Depuración traqueobronquial. El movimiento de los cilios del epitelio pulmonar desplaza constantemente una película de moco desde los pulmones hacia la orofaringe, de modo que las partículas adheridas a esta película son tragadas o expulsadas por la boca.

Depuración alveolar. En los alveolos existen unas células llamadas macrófagos, encargadas de fagocitar (digerir y destruir) estas partículas.

¿Por qué se produce la neumonía?

La neumonía se desarrolla cuando alguno de los mecanismos de defensa del aparato respiratorio se ve comprometido o cuando las defensas generales del organismo disminuyen. Como hemos explicado, el sistema respiratorio está diseñado para protegerse de los agentes infecciosos mediante diversas barreras físicas y mecanismos de depuración, pero cuando estos mecanismos fallan, los microorganismos, como bacterias, virus u hongos, pueden colonizar los pulmones y causar neumonía.

Los mecanismos de depuración pueden ser inhibidos o alterados por muchos factores como los siguientes

Inhibición del reflejo de la tos: el reflejo de la tos es una de las principales barreras protectoras que tienen los pulmones para expulsar sustancias extrañas o patógenos. La tos eficaz permite eliminar mucosidad y material extraño de las vías respiratorias. Sin embargo, diversos factores pueden inhibir este reflejo, como ciertos medicamentos (por ejemplo, los opioides), enfermedades neurológicas o incluso la sedación profunda. Esta inhibición puede facilitar la aspiración de contenido gástrico, lo que aumenta el riesgo de infecciones pulmonares, ya que el contenido estomacal puede contener bacterias que, al llegar a los pulmones, desencadenan una infección.

Alteración del mecanismo de depuración mucociliar: las vías respiratorias están recubiertas por un epitelio ciliado que tiene la función de llevar la mucosidad hacia la garganta, donde puede ser expulsada. Cuando este sistema se ve comprometido, ya sea por un deterioro funcional o por una destrucción del epitelio ciliado, la capacidad de eliminar microorganismos se reduce significativamente. Factores como el humo del tabaco, la exposición a gases calientes o corrosivos, o las enfermedades virales (como la gripe o el resfriado común) pueden dañar este sistema de depuración, lo que favorece la acumulación de microorganismos en las vías respiratorias y aumenta el riesgo de infección pulmonar.

Interferencia con la función fagocitaria de los macrófagos alveolares: los macrófagos alveolares son células especializadas en la defensa de los pulmones, que se encargan de fagocitar (comer) y eliminar patógenos que logran llegar hasta los alveolos. Sin embargo, diversas sustancias pueden interferir con esta función. El alcohol, por ejemplo, debilita la capacidad de estos macrófagos para responder de manera adecuada a las infecciones. Asimismo, el humo del tabaco también afecta negativamente a la función de los macrófagos, lo que aumenta el riesgo de que los patógenos persistan en los pulmones y causen neumonía.

Congestión y edema pulmonar: la congestión y el edema pulmonar son afecciones en las que los pulmones se llenan de líquido, lo que dificulta la correcta circulación de aire y favorece la acumulación de patógenos. Pueden ser consecuencia de enfermedades cardíacas, insuficiencia renal o incluso de infecciones graves que alteran la permeabilidad de los vasos sanguíneos pulmonares. Este líquido acumulado en los pulmones crea un ambiente propicio para la proliferación de microorganismos.

Acumulación de secreciones en procesos como la fibrosis quística y la obstrucción bronquial: en enfermedades como la fibrosis quística y en casos de obstrucción bronquial, la producción excesiva de moco o la incapacidad para eliminar las secreciones aumenta el riesgo de infecciones pulmonares. Las secreciones atrapadas proporcionan un caldo de cultivo ideal para bacterias y otros patógenos, que pueden provocar infecciones respiratorias graves como la neumonía.

Respuesta inflamatoria y tipos de neumonía

Cuando los microorganismos llegan a los alveolos pulmonares, el cuerpo responde con una reacción inflamatoria para intentar eliminar la infección. Esta respuesta se manifiesta a través de la exudación serofibrinosa, una acumulación de líquido inflamatorio y células en los alveolos, lo que lleva a la condensación pulmonar.
El término "condensación" se refiere a la transformación de la zona afectada, que normalmente es esponjosa debido a la presencia de aire, en una masa más densa y sólida debido a la infiltración de líquido inflamatorio. Este cambio hace que los pulmones pierdan su capacidad para realizar el intercambio gaseoso de manera eficiente, lo que genera los síntomas típicos de la neumonía, como dificultad para respirar, dolor torácico y tos productiva.

La condensación puede afectar a diferentes áreas de los pulmones y, dependiendo de la extensión y distribución de la infección, se pueden clasificar diferentes tipos de neumonía:

  • Bronconeumonía: en este caso, la infección se limita a la zona peribronquial, es decir, alrededor de los bronquios, afectando múltiples focos pequeños de los pulmones.
  • Neumonía segmentaria: afecta a un segmento pulmonar concreto, lo que significa que solo una parte del pulmón está comprometida.
  • Neumonía lobar: en este tipo, una o varias partes completas de un lóbulo pulmonar se ven afectadas por la infección.

La intensidad de la inflamación y la extensión de la condensación pulmonar son factores determinantes en la gravedad de la neumonía y en la respuesta del paciente al tratamiento.

Consecuencias de la neumonía

Cuando una persona sufre de neumonía, la infección provoca una respuesta inflamatoria en los pulmones que se traduce en la acumulación de exudado (líquido inflamatorio y células) dentro de los alveolos pulmonares. En muchos casos, esta respuesta inflamatoria se resuelve sin dejar secuelas permanentes, ya que el exudado inflamatorio se elimina del pulmón y la estructura pulmonar se recupera con el tiempo. Sin embargo, en algunos casos, la resolución no es completa y se producen alteraciones que afectan la función pulmonar a largo plazo. Las posibles complicaciones son las siguientes:

1. Fibrosis pulmonar. En ciertas situaciones, la zona del pulmón que ha estado ocupada por el exudado fibrinoso (el líquido espeso y fibroso producido durante la inflamación) puede ser invadida por células llamadas fibroblastos. Estas células tienen la función de reparar el tejido dañado, pero cuando se acumulan en exceso, pueden originar fibrosis, es decir, tejido fibroso en la zona afectada. La fibrosis pulmonar es una enfermedad crónica en la que el tejido pulmonar se endurece y pierde su elasticidad, lo que impide el adecuado intercambio de gases y reduce la capacidad del pulmón para expandirse.

La fibrosis es especialmente problemática porque puede resultar en una reducción permanente de la función pulmonar, lo que hace que el paciente tenga dificultad para respirar, incluso después de que la infección se haya resuelto. En los casos más graves, la fibrosis puede llevar a una insuficiencia respiratoria crónica, que es una enfermedad seria y difícil de tratar.

2. Hipoxemia. Otro efecto importante de la neumonía, especialmente cuando se produce una inflamación extensa o fibrosis, es la hipoxemia, que es una deficiencia de oxígeno en la sangre. El intercambio de oxígeno y dióxido de carbono en los pulmones se realiza en los alveolos, donde el oxígeno del aire pasa al torrente sanguíneo. Cuando una zona del pulmón queda ocupada por exudado inflamatorio o tejido fibroso, esa área ya no puede participar en el intercambio gaseoso, lo que reduce la cantidad de oxígeno que llega a la sangre.

La hipoxemia puede ser leve o grave, dependiendo de la extensión de la neumonía y de la cantidad de pulmón afectado. Cuando el oxígeno en la sangre se reduce de manera significativa, el cuerpo no puede funcionar de manera óptima, lo que puede causar síntomas como dificultad para respirar, fatiga extrema, confusión y, en casos severos, daño a órganos vitales.

3. Otras posibles consecuencias. En algunos casos, las complicaciones de la neumonía pueden incluir:

  • Abscesos pulmonares: acumulación de pus en una cavidad dentro del pulmón debido a la infección.
  • Sepsis: una infección grave que se propaga por todo el cuerpo, lo que puede poner en riesgo la vida.
  • Derrame pleural: acumulación de líquido en el espacio entre los pulmones y la pared torácica, lo que puede dificultar la respiración.

En general, aunque muchas personas se recuperan de la neumonía sin efectos a largo plazo, la infección puede dejar secuelas en el pulmón, especialmente si no se trata adecuadamente o si la persona tiene enfermedades preexistentes que dificultan la recuperación.

Síntomas de la neumonía

Los síntomas pueden depender de la causa (bacterias, virus, hongos), la edad y el estado de salud general de la persona. Los síntomas más comunes son los siguientes:

1. Síntomas generales

  • Fiebre alta (puede ser leve en personas mayores)
  • Escalofríos con temblores
  • Tos, que puede producir flema (amarilla, verde o con sangre)
  • Dificultad para respirar o sensación de falta de aire
  • Dolor en el pecho al respirar o toser
  • Fatiga o debilidad general
  • Sudoración excesiva
  • Respiración rápida y superficial
  • Ritmo cardíaco acelerado

2. Síntomas en personas mayores

  • Menor fiebre o incluso ausencia de fiebre
  • Confusión o desorientación
  • Caídas
  • Empeoramiento de enfermedades crónicas

3. Síntomas en niños

  • Respiración rápida o dificultad para respirar
  • Quejidos al respirar
  • Falta de apetito
  • Llanto más débil o irritabilidad
  • Decaimiento general

Artículos relacionados