Autora: Ana Muñoz
La búsqueda de la identidad
Quizás la tarea más importante de la adolescencia consiste en la búsqueda (o más bien la construcción) de la propia identidad; es decir, la respuesta a la pregunta "quién soy en realidad". Los adolescentes necesitan desarrollar sus propios valores, opiniones e intereses y no sólo limitarse a repetir los de sus padres. Han de descubrir lo que pueden hacer y sentirse orgullosos de sus logros. Desean sentirse amados y respetados por lo que son, y para eso han de saber primero quienes son.
El niño logra su identidad mediante un proceso de identificación con los demás, haciendo suyos los valores e ideas de otros. Los adolescentes, en cambio, han de formar su propia identidad y ser ellos mismos. Uno de los aspectos más importantes de esta búsqueda de identidad consiste en decidir que profesión o carrera desean tener. La confusión de la identidad típica de la adolescencia, los lleva a agruparse entre ellos y a no tolerar bien las diferencias, como mecanismos de defensa ante dicha confusión. A veces también muestran su confusión actuando de maneras más infantiles e irresponsables para evitar resolver conflictos o actuando de manera impulsiva y sin sentido.
La crisis de identidad
Los adolescentes pueden entrar en una etapa de crisis de identidad. Durante esta etapa analizan sus opciones y buscan llegar a comprometerse con algo en lo que puedan tener fe. Así, un adolescente puede optar por entrar en una ONG, ir a la universidad, dar clases de baile, hacerse vegetariano, etc. Con frecuencia, estos compromisos de carácter ideológico o personal ayudan a formar la identidad y moldean la vida en los años siguientes. El nivel de confianza que los adolescentes tengan en sus compromisos influye en su capacidad para resolver sus crisis de identidad.
De la crisis de identidad surge la fidelidad a algo, la lealtad, la constancia o la fe y un sentido de pertenencia. No es raro que la crisis de la identidad pueda durar hasta cerca de los 30 años.
Si bien durante la infancia es importante confiar en otros, sobre todo en los padres, durante la adolescencia es importante confiar en uno mismo. También transfieren su confianza de los padres a otras personas, como amigos íntimos o parejas. El amor es parte del camino hacia la identidad. Al compartir sus pensamientos y sentimientos con otra persona en quien confía, el adolescente está explorando su identidad posible, y viéndola reflejada en la otra persona, a través de la cual puede aclarar mejor quien es. No obstante, la intimidad madura, que implica compromiso, sacrificio y entrega, no se alcanza hasta haber logrado una identidad estable.
Niveles de identidad
El psicólogo James E. Marcia clasificó a las personas en cuatro niveles de identidad:
1. Exclusión. En este nivel existe un compromiso pero no ha habido crisis. En él, la persona no ha dedicado tiempo a dudar y considerar las alternativas (no ha estado en crisis) sino que se compromete con los planes de otra persona para su vida.
Suele tratarse de personas con altos niveles de autoritarismo y pensamiento estereotipado, obedecen la autoridad, se rigen por un control externo, son dependientes y presentan bajos niveles de ansiedad. Pueden sentirse felices y seguros, tienen vínculos familiares estrechos, creen en la ley y el orden y se vuelven dogmáticos cuando alguien cuestiona sus opiniones. Los padres de estos adolescentes suelen involucrarse demasiado con los hijos, evitan expresar las diferencias y usan la negación y la represión para evitar manejar cosas que no les agradan.
2. Moratoria (crisis sin compromiso). Es el adolescente en crisis; considera diversas alternativas, lucha por tomar una decisión y parece dirigirse hacia un compromiso. Probablemente logrará la identidad. Estas personas suelen tener altos niveles de desarrollo del yo, razonamiento moral y autoestima. Se muestran más ansiosos y temerosos del éxito. A menudo mantienen una lucha ambivalente con la autoridad paterna.
3. Logro de identidad (crisis que lleva al compromiso). En este nivel, el adolescente se ha comprometido con algo después de un periodo de crisis; es decir, después de un tiempo dedicado a pensar y sopesar alternativas. Son personas con altos niveles de desarrollo del yo y razonamiento moral. Se rigen por un control interno, tienen seguridad en sí mismas, alta autoestima y funcionan bien en condiciones de estrés y cercanía emocional. Los padres de estos adolescentes estimulan la autonomía y la relación con los profesores; las diferencias se analizan de un modo colaborador.
4. Confusión de la identidad (sin compromiso, crisis incierta). En este nivel puede o no haberse considerado las opciones, pero se evita el compromiso. Son adolescentes superficiales e infelices, a menudo solitarios. Tienen un bajo nivel de desarrollo del yo, razonamiento moral y seguridad en sí mismos; presentan habilidades deficientes para cooperar con los demás. Los padres de estos adolescentes no intervienen en su crianza, los rechazan, los ignoran o no tienen tiempo para ellos.
Diferencias de género en el desarrollo de la personalidad
Ambos sexos difieren en su lucha para definir la identidad. Las mujeres se juzgan según sus responsabilidades y su capacidad para cuidar de sí mismas y de otros. Ellas tienden a alcanzar su identidad más a través de la cooperación que de la competencia.
Las niñas adolescentes parecen madurar más deprisa que los varones. Estas diferencias surgen hacia el final de la niñez, aumentan alrededor de los 13 años y son bastante amplias durante la adolescencia. Cuando los chicos son aún egocéntricos, las chicas han pasado hacia la conformidad social; y cuando los chicos comienzan a ser conformistas, ellas se vuelven más autoconscientes. Resulta curioso ver como a menudo se les concede más libertad e independencia a los chicos que a las chicas a una edad en la que ellas son mucho más maduras.
Estas diferencias parecen estar relacionadas con las diferentes experiencias sociales de chicos y chicas, como las diferencias en su forma de jugar o relacionarse entre ellos. En el juego, las chicas utilizan una estructura más flexible, menos apegada a reglas rígidas que el juego de los varones; esto puede favorecer el desarrollo del razonamiento moral. Las chicas suelen formar grupos de interacción pequeños, que ofrecen más oportunidades para conversar e imitar las relaciones de los adultos que los grupos grandes de juego que suelen formar los chicos. Los chicos suelen ser también más competitivos, lo cual puede estimular la impulsividad.
En la edad adulta, estas diferencias desaparecen.
La autoestima en los adolescentes
En un análisis de 99 entrevistas con niñas de diferentes edades se vio que la confianza de las niñas en ellas mismas y su percepción del mundo es bastante elevada hasta los 11 o 12 años. Hasta esa edad, tienden a ser más perceptivas respecto a los temas de relaciones y con mentalidad abierta acerca de los sentimientos. Sin embargo, al llegar a la adolescencia, muchas aceptan los estereotipos de cómo se supone que deberían ser y reprimen sus verdaderos sentimientos. Al darse cuenta de que están perdiendo parte de sí mismas y de que esto les impide tener relaciones auténticas, su confianza se resquebraja.
Por el contrario, aquellas que siguen siendo honestas consigo mismas y con los demás al reconocer sus verdaderos sentimientos y expresarlos de manera apropiada, pueden mantener una relación saludable con ellas mismas y los demás. Estas chicas tienen una autoestima alta, se consideran competentes y es más probable que no se dediquen a profesiones tradicionales.
En los chicos, la autoestima también desciende en la adolescencia, pero no tanto como en las chicas.