Autora: Ana Muñoz
Al principio de la niñez intermedia, los niños pueden conversar fácilmente sobre muchas cosas, pero todavía existen muchas palabras que desconocen y no comprenden bien muchas sutilezas del lenguaje.
Por ejemplo, supongamos que le decimos a un niño una de estas dos frases: "Carlos le prometió a Laura cortar el césped", o bien: "Carlos pidió a Laura que cortara el césped". Aunque en el primer caso es Carlos quien cortará el césped y en el segundo es Laura, los niños creen que es Laura quien cortará el césped en ambos casos. Esto es debido a que casi todos los verbos que podrían sustituir a pidió en la segunda frase (como exigió, ordenó o solicitó) tendrían como resultado que Laura cortara el césped.
La mayoría de los niños de seis años de edad aún no han aprendido cómo manejar frases en las que se utiliza la forma prometió, aunque sepan lo que es una promesa y puedan emplear correctamente la palabra en otras frases. A los ocho años, la mayoría de los niños ya pueden interpretar correctamente la primera oración.
Muchos de los problemas de los niños para comunicarse proceden de su desconocimiento de la metacomunicación, que es el conocimiento de cómo se realiza la comunicación. Por ejemplo, en un estudio, a los niños se les dio instrucciones para que copiaran un dibujo que realizó otro niño sin que pudieran ver dicho dibujo. Las instrucciones se daban en una grabación y estaban incompletas, eran ambiguas o eran contradictorias. Los niños más mayores tuvieron más probabilidades de darse cuenta de que las instrucciones eran inadecuadas y detenerse o quedarse perplejos. Además, se dieron cuenta de que sus dibujos no eran como el del modelo debido a que las instrucciones eran inadecuadas. Los niños más pequeños se dieron cuenta a veces de que las instrucciones eran inadecuadas, pero aún así no entendieron que eso significaría que no podían realizar el trabajo. Incluso los niños más mayores (de ocho años o más) no demostraron una comprensión muy amplia de la comunicación.
Así pues, a menudo los niños no entienden lo que ven, oyen o leen, pero no se dan cuenta de que no lo entienden. Por tanto, los adultos no deben dar por sentado que un niño entiende algo, sino que deben asegurarse de que los niños realmente saben lo que los adultos quieren que sepan.