Autora: Ana Muñoz


Entre los dos años y medio y los cinco años, los niños suelen pelear por los juguetes que quieren y por el control de su espacio. Es una agresión que tiene como objetivo alcanzar una meta (por ejemplo, conseguir un juguete). Dentro de los siguientes tres años o más, los niños dejan de demostrar su agresión con golpes y empiezan a hacerlo con palabras.

Cierto grado de agresión es normal, y los niños que pelean por las cosas que quieren tienden a ser más sociables y competentes. Entre los dos y los cinco años, conforme los niños pueden expresarse mejor con palabras, la agresión disminuye en frecuencia y duración de los episodios agresivos.

Las diferencias individuales son bastante estables. Los niños que a la edad de dos años golpean y cogen los juguetes de los demás, siguen actuando con agresividad a los cinco años.

Por lo general, después de los seis o siete años de edad los niños son menos agresivos, disminuyendo su agresividad conforme son menos egocéntricos y muestran más empatía hacia los demás. Pueden entender por qué una persona actúa de cierta forma y buscar formas más positivas para tratar con esa persona. Son más hábiles socialmente y pueden comunicarse mejor y cooperar para lograr metas comunes.

Sin embargo, no todos los niños aprenden a controlar la agresión. Algunos se vuelven cada vez más destructivos. Esto puede ser una reacción ante problemas graves en la vida del niño; también puede causarle al niño problemas graves, cuando los otros niños o los adultos reaccionan con desagrado o rechazo. Incluso en un niño normal, a veces la agresión puede salirse de las manos.

La influencia de los padres

Los padres de niños que después se convierten en delincuentes, con frecuencia no estimulan el buen comportamiento y son rudos o inestables o ambas cosas a la hora de castigar el mal comportamiento. No están muy en contacto con las vidas de sus hijos en formas positivas, como darles seguridad a la hora de hacer las tareas. Estos niños muestran una tendencia a ser rechazados por sus compañeros y un bajo rendimiento escolar. Como consecuencia, suelen unirse a otros niños con problemas que los conducen hacia comportamientos aún más antisociales.

Los niños menos agresivos tienen padres que manejan el mal comportamiento con razonamientos, haciéndolos sentir culpables y retirándoles su aprobación. Los niños a quienes se les golpea o amenaza tienen una mayor tendencia hacia la agresividad.

La tendencia que suelen tener con frecuencia los padres a tratar de manera diferente a niños y a niñas, puede ejercer una influencia. Con la niñas tienden a hacer que se sientan culpables, mientras que con los niños utilizan la autoridad por la fuerza. Esto puede influir en la mayor tendencia de los niños a ser agresivos y de las niñas a sentirse culpables.

El castigo físico puede también aumentar la agresividad de los niños. Cuando se le pega a un niño, no sólo sufre dolor, frustración y humillación, sino que además ve un comportamiento agresivo en un adulto, que más tarde puede imitar.

El efecto de la frustración y la imitación

Para comprobar los efectos de la frustración y la imitación, los investigadores estudiaron a un grupo de 62 niños entre tres y seis años (Bandura, Ross y Ross, 1961). Formaron dos grupos experimentales y uno de control. Uno a uno, los niños de los grupos experimentales entraron en un salón de juegos. Un adulto (de sexo masculino para la mitad de los niños y de sexo femenino para la otra mitad) jugaba tranquilamente con diversos juguetes. En el otro grupo experimental, el adulto primero estuvo jugando pero luego se dedicó a golpear y patear a un muñeco inflable de 1,52 metros de altura. Los niños del grupo control no vieron ningún adulto.

Después de esto, todos los niños estaban bastante frustrados por haber visto juguetes con los que no podían jugar. Luego pasaron a otro cuarto de juegos. Los niños que habían visto el modelo agresivo fueron mucho más agresivos que los demás e imitaron muchas de las conductas que habían visto hacer al adulto que golpeaba el muñeco. Tanto las niñas como los niños se sintieron mucho más influenciados por un modelo de sexo masculino que por uno de sexo femenino. Los niños que habían visto el modelo calmado fueron menos agresivos que quienes no habían visto ningún modelo.

Por tanto, los modelos adultos pueden influir en el comportamiento de los niños, tanto para volverlos más agresivos, como para disminuir su agresividad.