Autora: Ángeles Codosero Medrano, Psicóloga clínica y psicoterapeuta psicoanalítica. Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.


En la mayoría de familias se empieza a enseñar al niño a utilizar el orinal a partir de los 18 meses y se recomienda quitar el pañal sobre los 24 meses, intentando hacerlo siempre coincidir con la climatología más favorable.

En el pasado, se hizo mucho hincapié en educar en esto incluso a bebés, y lo mismo sucede aún en la actualidad, presionados por algunas guarderías empeñadas en quitar el pañal a todos los niños a la vez, cuando sabemos que en una mismo grupo hay diferencias significativas de meses entre niños. Hoy en día la mayoría de profesionales de la salud mental pensamos que es mejor esperar hasta que el niño esté preparado, es decir, cuando sea capaz de controlar los músculos de sus esfínteres.

Hay muchas diferencias entre niños en cuanto a la edad en que controlan sus esfínteres lo suficiente como para mantenerse limpios y secos durante todo el día. Algunos niños son capaces en una o varias semanas de controlar sus esfínteres mientras que otros pueden tardar varios meses. Y esto no quiere decir que un niño sea más “espabilado” que otro; lo importante es que podamos tolerar el momento evolutivo de cada niño. En ocasiones, niños que han aprendido muy rápido pueden volver a tener algún “accidente” e incluso en ocasiones puede existir una falta de control, o aquellos a quienes les costó algunos meses pueden no volver a tener ningún “accidente”. Hemos de tener también presente que no influye sólo como es madurativamente ese niño, sino que también hay factores externos que pueden influir en este aprendizaje, como por ejemplo el nacimiento de un “hermanito” que hace con frecuencia que el niño que había conseguido el control se vuelva a orinar encima, y esto deja en muchas ocasiones a los padres con “dos bebés” a los que lavar y cambiar pañales o, en otras ocasiones, el hecho de empezar la escuela, la tan difícil separación de los padres y abuelos. Cualquier cambio externo puede influir, por lo que los padres han de ser pacientes y prevenir los acontecimientos, preparándolos y ayudándolos a poder verbalizar estos cambios externos.

El control de esfínteres pertenece a un momento del desarrollo que se verá favorecido, siempre, por un ambiente relajado y una actitud serena. Lo que se recomienda, una vez se les quita el pañal porque se considera que ya pueden controlar los esfínteres, es que no se les confunda, como por ejemplo poniéndole el pañal un día y otro no, en función de nuestras necesidades y urgencias. La mayoría de veces si estos factores se han mantenido (ambiente relajado, actitud serena ante “accidentes”, evitar las situaciones de confusión...) a los tres años los niños ya no se orinan o defecan encima durante el día.

Si el niño ha conseguido mantener el control durante el día, precedido de este irá, de forma paulatina y natural, el control nocturno; aunque siempre teniendo presente que puede haber algún “accidente”, y aunque sea embarazoso y molesto que sigan orinándose o ensuciándose, hemos de mantener una actitud serena, y lo mejor que podemos hacer es mudarlos de ropa y comentarles que no se han de preocupar, que en otra ocasión no pasará.

¿Cuándo unos padres se han de preocupar?

¿Cuándo nos podemos encontrar ante una posible enuresis (incontinencia urinaria) y/o encopresis (incontinencia fecal)?

Hay casos que el niño nunca ha controlado los esfínteres, en este caso nos encontramos ante una enuresis y/o encopresis primaria.

En aquellos casos en los que sigue orinándose o ensuciándose, y no parece que nada lo pueda arreglar, algunos padres pueden sentirse enfadados y molestos, dado que consideran que el niño lo hace para fastidiarlos y humillarlos. Esta situación llega a ser tan tensa que es preferible pedir consejo a un profesional, con el fin de poder ver si se trata de una enuresis y/o encopresis o simplemente hace falta hacer unas intervenciones con el fin de restablecer el equilibrio familiar.

Todas estas cosas forman parte del momento evolutivo del niño. Además, en estas edades, los niños pasan más tiempo fuera de casa, a causa de empezar la escuela, y tienen más relación con personas ajenas al ámbito familiar: otros padres, profesores, otros niños… Los padres muchas veces sé cuestionan la forma de educar a sus hijos, sintiéndose fácilmente juzgados, y viviendo la falta o consecución del control como una fracaso o un éxito, respectivamente. En otras ocasiones, y debido a los propios rasgos de los padres, se muestran competitivos, lo que les lleva a imponer una gran rigidez a sus hijos, sin pensar que, aunque son niños y se les ha de orientar, son unas “personitas” con sus propias necesidades. Los niños perciben todo esto, y ello puede llevarles a querer comportarse especialmente “bien”, con el fin de contentar a esos padres tan perfeccionistas, y el no conseguirlo hará que sientan una ansiedad y tensión que pueden ser el principio de la aparición de otros signos de malestar y sufrimiento, haciendo todo el proceso más complicado. Estos signos pueden ser miedos, volverse muy pegadizos, rabietas, dificultades para comer, para dormir... En los casos en los que aparece más de un signo hemos de preocuparnos de lo está ocurriendo y pedir consejo a un profesional.

Lo que llamamos enuresis y/o encopresis secundarias tienen lugar cuando se consiguió el control de los esfínteres durante un tiempo, pero se perdió, siendo este hecho perdurable y continuo, pudiendo aparecer, o no, otros signos.

Por todo lo expuesto observamos que la tranquilidad de los padres y la confianza que tienen en sus hijos son dos ingredientes básicos para que los niños la perciban y respondan ante ello. Esta actitud es importante ante cualquier momento evolutivo que va a representar un cambio y, como bien sabemos, cualquier cambio requiere un período de adaptación. En eso consiste crecer, en poder tolerar las equivocaciones.

En los casos en que nos encontramos ante una posible encopresis y/o enuresis es muy importante el diagnóstico diferencial, conjuntamente con el pediatra del niño, para poder diferenciar si se trata de un problema fisiológico o emocional, y poder realizar la terapia más adecuada a cada caso concreto.