Autora: Ana Muñoz


Los niños pequeños piensan que no es posible sentir dos emociones al mismo tiempo. Y esto es así tanto para emociones de la misma valencia (como alegría y entusiasmo) o de valencia opuesta (como alegría y tristeza).

Existe una secuencia de cinco niveles que los niños atraviesan hasta lograr el entendimiento multidimensional de las emociones. Esta secuencia va desde los 4 a los 12 años y es la siguiente:

Nivel 0. Al principio, los niños no entienden que puedan existir dos sentimientos al mismo tiempo. Ni siquiera pueden reconocer que se pueden sentir alegres y felices a la vez.

Nivel 1. En este nivel, los niños pueden aceptar la aparición simultánea de dos emociones, pero sólo si son de la misma valencia y en relación a un mismo suceso. Por ejemplo, "Si me quita la pelota me sentiré enfadada y triste". Todavía no pueden entender que pueden sentir dos emociones hacia dos personas diferentes o que sienten emociones contradictorias hacia una misma persona.

Nivel 2. En este nivel, pueden experimentar dos sentimientos de la misma valencia hacia dos sucesos diferentes. Por ejemplo: "Estaba emocionado por el viaje y contento por ver a mis primos". Pero aún no pueden entender que puedan tener dos sentimientos contradictorios al mismo tiempo. Por ejemplo, pueden decir que para estar asustados y felices al mismo tiempo tendrían que se dos personas a la vez, de modo que es imposible.

Nivel 3. En este nivel ya pueden entender que pueden tener dos sentimientos contradictorios al mismo tiempo, pero sólo si se dirigen hacia objetivos diferentes. Por ejemplo, "estaba enfadada porque mi hermano me empujó, pero contenta porque mi padre acababa de llegar". No obstante, aún no entienden que puedan sentir dos emociones contradictorias hacia un mismo objetivo.

Nivel 4. A este nivel, que se alcanza sobre los 12 años, los niños ya expresan que es posible sentir dos emociones contradictorias hacia un mismo objetivo. Por ejemplo: "estoy emocionado por empezar en el equipo, pero también tengo un poco de miedo".

Las emociones dirigidas hacia sí mismos

A los cinco años, no es raro que los niños no manifiesten ninguna culpa a pesar de saber que se han portado mal. La culpa, al igual que el orgullo es una emoción compleja que se dirige hacia uno mismo y que los niños pequeños no suelen comprender.

La culpa está formada por una mezcla de tristeza o pesar por un acto que va en contra de los propios principios de la persona, junto con la ira hacia uno mismo por haber realizado ese acto.

El orgullo es un mezcla de alegría por dominar una destreza junto con la felicidad de que ese logro sea apreciado por los demás.

Para poder sentir estas emociones es necesario cierto nivel de desarrollo intelectual.

En un estudio se evaluó los niveles que atraviesan los niños en el desarrollo de este tipo de emociones (Harter, 1993). A niños entre 4 y 11 años se les contaron dos historias diferentes: una en la que un niño tomada un dinero que se le había dicho que no debía tocar, y otra en la que un niño realizaba una difícil prueba de gimnasia. Los dos relatos se presentaron de dos formas: cuando nadie veía al niño, y cuando se le observaba. De este modo se hallaron diversos niveles de desarrollo de las emociones de culpa y orgullo:

Nivel 1. Entre los cuatro y los cinco años, los niños no mencionan que ellos o sus padres se sientan orgullosos o culpables, tanto si se les observa como si no.

Nivel 2. Entre los cinco y los seis años de edad, los niños ven que sus padres se sienten avergonzados u orgullosos pero no mencionan que sientan esos sentimientos hacia ellos mismos.

Nivel 3. Entre los seis y los siete años, los niños dicen sentir vergüenza u orgullo, pero sólo si se les observa.

Nivel 4. Entre los siete y los ocho años, reconocen que incluso si nadie los ve, se sienten avergonzados u orgullosos de sí mismos. A esta edad parecen haber interiorizado los estándares de vergüenza y orgullo.

Esta secuencia depende de cómo los padres hayan transmitido los valores a los hijos. Un modo como suelen aprender estos sentimientos es a través de la identificación con sus padres, de modo que si los padres tienden a sentirse avergonzados de manera excesiva y en múltiples situaciones, es probable que los hijos también acaben haciéndolo.