Autora: Ana Muñoz


La mayoría de los padres y madres prestan más atención al mal comportamiento de sus hijos que al buen comportamiento. A la hora de educarlos, tratan de eliminar los comportamientos indeseados en vez de reforzar los deseados. Este punto de vista hace que tiendan a usar el castigo casi como la única herramienta disponible para educar a sus hijos. Sin embargo, cuando los padres centran su atención en lo que sus hijos hacen bien y los premian o elogian por hacerlo, el comportamiento positivo aumenta, sustituyendo al mal comportamiento. Pero no sucede lo mismo al contrario. Si centras tu atención en el mal comportamiento y tratas de eliminarlo mediante el castigo, tu hijo no aprende cuál es el modo deseado de comportarse; además, el castigo, aunque puede ser efectivo de manera inmediata, solo lo es a corto plazo. Si tu hija está armando una rabieta porque quiere llevarse algo que no es suyo, es posible que un grito o un cachete la detenga de inmediato, pero no eliminará la probabilidad de seguir comportándose así en el futuro.

El castigo enseña a los niños lo que no deben hacer, pero no les enseña lo que sí deben hacer. Para eliminar una conducta indeseada, debemos sustituirla por otra que la reemplace. Castigar a tu hijo por pelearse con su hermana y decirle que está mal hacer eso, puede hacer que pare en ese momento, pero dado que no le estás enseñando un modo alternativo para comportarse con su hermana o para resolver los conflictos con ella, no cambiará nada. Por tanto, si se usa el castigo, debe ser siempre como parte de un programa en el que se enseñe al niño lo que debe hacer y se refuercen los comportamientos adecuados, tal y como explicamos en otros artículos (ver índice).

Creencias erróneas en torno al uso del castigo

Los padres tienden a usar el castigo como un modo de escarmentar o de hacer pagar por un mal comportamiento. Es decir, consideran que si un hijo hace algo malo, debe sufrir las consecuencias de lo que ha hecho y recibir un castigo acorde a la magnitud del "crimen". Al pensar así olvidan que su objetivo principal debe ser educar y enseñar a sus hijos a portarse adecuadamente, no escarmentarlo, darles su merecido, vengarnos o aliviar nuestra propia ira. Por tanto, hay que aplicar el mínimo castigo necesario para enseñar, incluso aunque parezca pequeño para el acto cometido. Por ejemplo, dos minutos de tiempo fuera (un modo de castigo que explicaremos más adelante) es suficiente para la mayoría de los niños y ampliar este periodo de tiempo no produce diferencia alguna.

Otro error frecuente consiste en suponer que si al ser castigado un niño empieza a llorar o da muestras de sentirme mal, eso significa que el castigo es efectivo. Así, algunos padres castigan a sus hijos hasta hacerlos llorar porque creen que eso es una medida de la efectividad del castigo. Esto no es cierto. El llanto del niño sólo indica lo mal que se siente, no que haya aprendido el modo adecuado de comportarse. De hecho, hacer que el niño se sienta dolido o humillado, interfiere con el cambio adecuado de comportamiento. En realidad, castigar a un niño hasta hacerlo llorar es el modo que usan los padres para sentirse mejor o vengarse, pero eso no es educar a un hijo.

La trampa del castigo

A la hora de usar el castigo, hay que tener cuidado con no caer en lo que podemos llamar la "trampa del castigo". Es decir, cuando castigas a un niño, el comportamiento cesa de inmediato; esto hace que te sientas más inclinado a usar el castigo la próxima vez, porque parece funcionar. Así, cada vez que sucede, tu tendencia a castigar se ve reforzada, de modo que cada vez castigas más. Por otra parte, el niño acaba habituándose al castigo, de manera que cada vez es necesario usar un castigo más severo para lograr los mismos resultados.

Sin embargo, si un niño hace algo que no debe y al castigarlo se detiene de inmediato pero ese comportamiento sigue apareciendo una y otra vez a lo largo del tiempo, entonces el castigo no está funcionando y debes cambiar de estrategia de inmediato, pues de lo contrario harás más mal que bien y harás desgraciado tanto a tu hijo como a ti, sin lograr que nada cambie.

Los efectos del castigo

Cuando el castigo se usa adecuadamente, es leve y está asociado a un programa para enseñar y reforzar comportamientos positivos, puede hacer que el cambio sea más rápido.

Por el contrario, si el castigo se usa de modo inapropiado, puede hacer que el mal comportamiento se incremente, que el niño aprenda a usar el castigo como un modo de resolver problemas con otros niños, o que rechace al padre que le castiga.

Por otra parte, la efectividad de un programa para enseñar comportamientos positivos es menor cuando la aplican padres que castigan demasiado, pues el elogio y el premio procedente de padres a los que los niños evitan o rechazan no es tan efectivo como el procedente de padres a los que los niños quieren y admiran.

Cómo usar el castigo

1. Como hemos dicho, el castigo debe ir siempre acompañado de un programa de refuerzo de conductas positivas. El mejor modo de cambiar un comportamiento consiste en recompensar el comportamiento deseado en vez de castigar el indeseado.

2. El castigo debe ser leve y de corta duración. Un tiempo fuera de entre dos y cinco minutos, quitarle un solo punto de los 4 ó 5 que puede ganar a lo largo del día en un programa de economía de fichas (ver índice), no dejarle usar un determinado juguete o ver la tele o algo similar durante un día. La efectividad del castigo depende de lo rápido que se aplique tras tener lugar la conducta indeseada, no de la duración que tenga. Por ejemplo, si el niño se porta mal y esa misma tarde ponen un capítulo de su serie favorita, puedes castigarlo sin ver la serie ese día, pero el castigo no será más efectivo si le impides ver la serie durante una semana o un mes, incluso aunque te parezca que lo que ha hecho es lo bastante grave como para impedirle ver la tele durante el mes entero. Lo importante es quitarle un privilegio en cuanto haga algo no deseado, y no durante cuánto tiempo se le castiga. No olvides que tu objetivo es usar la técnica más efectiva para cambiar su comportamiento, y no hacerle sufrir para darle un escarmiento (esto no es educar).

3. No castigues cuando estés enfadado. El castigo no es para vengarte o para que tú te sientas bien, sino para enseñar y educar.

4. No uses como castigo ninguna actividad que te gustaría fomentar. Por ejemplo, nunca le pongas un castigo que consista en leer o escribir, pues eso hará que vea la lectura o escritura como algo desagradable. No uses castigos que impidan a tus hijos realizar actividades sociales que sean buenas para ellos. Por ejemplo, prohibir que pase la noche en casa de un amigo cuya familia es una buena influencia para tu hijo, no es una buena idea. Tampoco es buena idea quitarle la bicicleta a un niño tímido, que tiene pocos amigos, y para quien la bici es un modo de relacionarse con otros niños.

5. No uses nunca el castigo físico, pues no es un modo adecuado de enseñar, sino que es más bien una humillación o una venganza que no enseña nada bueno a tu hijo. Quítale puntos del programa de puntos, o algún privilegio o un juguete durante un breve periodo de tiempo, suspende una salida a una pizzería que tenías programada, etc.

6. Procura siempre que el número de premios (elogios, fichas, etc.) que recibe por portarse bien sean siempre superiores al número de castigos por portarse mal (por ejemplo, una tasa de 5 a 1). Para poder hacer esto, presta atención al buen comportamiento. Por ejemplo, si se porta bien en una situación en la que con frecuencia arma una pataleta, elógialo ("vaya, hoy no has montado ninguna pataleta, que bien te estás portando, así me gusta, ya te estás haciendo mayor").

7. Si estás castigando la misma conducta varias veces al día durante más de un día, significa que el castigo no funciona y debes cambiar de estrategia.

El "tiempo fuera": un modo efectivo y simple de castigo

Consiste en que, durante un breve periodo de tiempo, el niño no tiene acceso a nada que pueda perpetuar la conducta no deseada (como recompensas, prestarle atención, gratificación que obtiene de dicho comportamiento, etc.)

El tiempo fuera no debe ser un tiempo para que el niño reflexione y piense en lo que ha hecho mal o distraerse de la actividad indeseada, sino tan solo consiste en ser retirado de cualquier reforzador de dicha conducta.

La duración debe ser entre 2 y 10 minutos. En general, para los niños más pequeños bastan dos minutos, y para los más mayores es suficiente con cinco. Debe suceder inmediatamente después de la conducta indeseada, y no más tarde, pues es importante que esté conectado a la conducta que deseas eliminar.

Durante el tiempo fuera, el niño debe ser aislado de los demás, por ejemplo, hacer que vaya a una habitación o que se siente en una silla o vaya a algún rincón de la habitación (no es necesario que el aislamiento sea completo, basta con que no pueda interactuar con los demás, con sus juguetes, ni recibir ningún tipo de atención).

Debes mantener la calma y brevedad y decirle con tranquilidad que tiene que irse a tiempo fuera y por qué: "Has golpeado a tu hermano, así que te vas a ir dos minutos tiempo fuera" La primera vez le explicas lo que ha de hacer: "vas a sentarte en esa silla y vas a estar ahí dos minutos sin hacer nada ni hablar (o bien: "vas a irte a tu habitación durante 5 minutos)". Entonces elógialo por obedecerte e irse a tiempo fuera enseguida. Luego, no le prestes ninguna atención durante esos dos minutos.

Si tienes que empujar al niño a la fuerza o arrastrarlo, entonces lo estás haciendo mal. El niño debe obedecer e ir solo cuando se lo ordenes. Si se niega, le dices: "por no obedecerme a la primera vas a estar 3 minutos, ve a sentarte en la silla". Si tampoco obedece, aumenta el tiempo a 4 minutos. Si sigue sin obedecer, quítale un privilegio, como no ver la tele hoy. Si al decirle que se queda sin tele accede a estar en tiempo fuera, no cedas. Una vez que le has prohibido ver la tele, ya no hay marcha atrás. Tampoco le des ningún sermón, ni le digas cosas como: "así la próxima vez harás lo que te digo" o "haberme obedecido desde el principio". Simplemente, le dices que no verá la televisión y te marchas, sin dar pie a discusión ni a negociación y sin añadir nada más. Puedes tener pensado por adelantado los privilegios que le vas a quitar si no cumple el tiempo fuera.