Autora: Ana Muñoz


Son muchas las personas que se quejan de que la medicina no logra curar sus enfermedades, principalmente en casos de enfermos crónicos. Esto es debido a que muchas veces se deja de lado una parte muy importante de la enfermedad: los aspectos emocionales y sociales que están influyendo tanto en la etiología de la enfermedad como en su mantenimiento a lo largo del tiempo.

La psicología de la salud es una rama de la psicología que nace a finales de los años 70 dentro de un modelo biopsicosocial según el cual la enfermedad física es el resultado no sólo de factores médicos, sino también de factores psicológicos (emociones, pensamientos, conductas, estilo de vida, estrés) y factores sociales (influencias culturales, relaciones familiares, apoyo social, etc.). Todos estos factores interactúan entre sí para dar lugar a la enfermedad.

La psicología de la salud se centra fundamentalmente en las enfermedades crónicas, y las investigaciones y desarrollo de planes de intervención se han centrado en enfermedades tan diversas como la hipertensión, dolor crónico, artritis, asma, diabetes, cáncer, trastornos cardiovasculares, enfermedades reumáticas, diabetes, SIDA, intestino irritable, dolor de cabeza, úlcera, dismenorrea, enfermedad inflamatoria intestinal, etc.

Las áreas de intervención de la psicología de la salud

  • Promoción de un estilo de vida saludable.
  • Prevención de las enfermedades: modificación de hábitos insanos asociados a enfermedades (por ejemplo, el tabaco).
  • Tratamiento de enfermedades específicas, como las mencionadas más arriba. En ese caso los psicólogos trabajan junto a otros especialistas de la salud combinando los tratamientos médicos habituales junto con los tratamientos psicológicos.
  • Evaluación y mejora del sistema sanitario.

Algunos datos

- En un estudio realizado por Gatchel en 1995 se vio que los factores psicológicos predecían el 91% de las veces qué pacientes con dolor de espalda se recuperarían de un dolor agudo y cuáles acabarían con un dolor crónico.

- Algunos trastornos psicológicos parecen predecir la aparición del dolor lumbar (abuso de sustancias y trastornos de ansiedad) mientras que otros (sobre todo la depresión) pueden aparecer tanto antes como después del dolor lumbar (Polatin, 1993)

- En un estudio hecho con 26.000 personas en 14 países se vio que la discapacidad física estaba más asociada con factores psicológicos que con diagnósticos médicos. (Ormel, 1994)

- En un estudio realizado con 107 pacientes con enfermedad coronaria e isquemia (publicado en Archives of internal medicine, 1997, 157) se vio que aquellos pacientes que aprendieron técnicas de manejo del estrés tenían menos probabilidades de tener un ataque cardíaco o de necesitar cirugía cardíaca que los que recibieron sólo el tratamiento médico típico.

- En un estudio realizado en la universidad de Pittisburg se vio que los aumentos extremos de la presión sanguíneas debidos al estrés estaban asociados con un endurecimiento de las arterias carótidas, que llevan la sangre al cerebro. Esto sugiere que los periodos frecuentes o prolongados de hipertensión durante el estrés psicológico pueden aumentar el riesgo de acumulación de depósitos grasos en los vasos sanguíneos que desencadenen un ataque cardíaco o derrame cerebral.

- De un grupo de pacientes en rehabilitación ortopédica, 45 % había sufrido abuso sexual en la infancia, violación o maltrato (Bruns, Disorbio, 1996). En mujeres con enfermedad crónica, el 70 % informa de este tipo de abusos.

- El abuso sexual en la infancia está asociado con el fracaso para recuperarse de una intervención quirúrgica. En un estudio realizado por Schofferman en 1992, el 95 % de las personas que no habían sufrido abuso sexual en la infancia se recuperaba con éxito de la operación, mientras que de las personas que sí habían sufrido este tipo de abuso, sólo el 15 % tenía un resultado positivo.

- El dolor de cabeza está asociado al estrés en el 90 % de los casos, estando producido por la tensión muscular debido al estrés.

- En otro estudio (Cohen, 1997) 276 personas fueron expuestas al virus del resfriado común. Después les administraron una batería de test psicológicos y los pusieron en cuarentena durante 5 días. Se vio que el riesgo de contraer el resfriado estaba asociado a una serie de factores psicológicos: el número de relaciones íntimas con las que contaba (padre/madre, pareja, hijos, amigos; etc.), el estrés crónico y los hábitos poco saludables.

¿Cómo influyen los factores psicológicos en la enfermedad física?

1. El estrés

Todavía no se conocen todos los mecanismos por los que se produce esta influencia, pero se conocen algunos datos importantes relacionados con la respuesta del ser humano ante el estrés.

La respuesta ante el estrés se refiere al modo como afrontamos aquello que consideramos peligroso o que supone una amenaza para nosotros (estresor). Aunque algunos estresores son comunes y producen reacciones similares en todas las personas (por ejemplo, el ataque de un oso), la mayoría de los estresores de nuestra vida diaria son, en gran parte, subjetivos, de modo que lo que resulta estresante para una persona puede no serlo para otra. Esta diferencia depende del modo en que las personas interpretan los acontecimientos; es decir, de lo que piensan respecto a ellos. Por ejemplo, la posibilidad de perder a su pareja puede hacer que una persona esté continuamente ansiosa porque piensa que sería terrible que su pareja lo dejara, que no podría vivir sin él o ella y que el abandono significaría que no es digno/a de amor y que no va a encontrar a nadie más. En cambio, otra persona puede pensar que el abandono sería doloroso, pero no una catástrofe, que podría ser feliz sólo/a, como lo era antes y que con el tiempo puede formar otra relación y volver a enamorarse. Esta persona puede estar preocupada por la posibilidad de perder a su pareja, pero al tener un pensamiento más racional, no llegará a sentirse ansiosa.

Una vez que se percibe una amenaza a nuestro bienestar psicológico o físico (real o imaginada), se ponen en marcha varios mecanismos fisiológicos. Por un lado, debido a la activación del sistema nervioso simpático, se liberan las hormonas llamadas adrenalina y noradrenalina cuya función es la de preparar el organismo para la huida o la lucha ante una amenaza (aumenta el metabolismo, aumenta el ritmo cardíaco y la frecuencia respiratoria, aumenta la sudoración, mejora el flujo de oxígeno a los músculos principales, etc). Es lo que suele llamarse ansiedad (cuando es intenso) o nerviosismo (cuando es más leve). Cuando esta respuesta se vuelve crónica puede tener efectos perjudiciales en el organismo.

Por otro lado, ante el estrés se produce también la liberación de otras hormonas llamadas glucocorticoides. Estas hormonas intervienen en el metabolismo de la glucosa, que es la que proporciona energía al organismo (imprescindible para enfrentarnos a la amenaza) y tienen un efecto inhibitorio sobre el sistema inmunitario. Esta respuesta es adaptativa a corto plazo, ya que al suprimirse la respuesta de sistema inmunitario se suprime el desarrollo de la inflamación, la cual podría mermar nuestra habilidad para luchar o huir del peligro. Sin embargo, si el estrés se hace crónico, la presencia continuada de glucocorticoides puede tener un efecto negativo, debilitando el sistema inmunitario y favoreciendo de este modo la aparición de numerosas enfermedades.

En otros estudios se ha visto cómo el estrés continuado acaba dando lugar a una disminución de la sensibilidad a los glucocorticoides, de modo que se produciría la respuesta inversa: una sobreactivación del sistema inmunitario y, por tanto, de la respuesta inflamatoria, aumentando la probabilidad de enfermedades que se caracterizan precisamente por una respuesta inflamatoria excesiva, como artritis, alergias, enfermedades cardiovasculares, enfermedades reumáticas, etc. En estos momentos, es probable que la depresión haya sustituido a la ansiedad inicial.

2. Hábitos y comportamientos

Los hábitos y estilos de vida poco saludables como el tabaco, el alcohol en exceso, la falta de ejercicio, la alimentación inadecuada, la falta de sueño, etc., influyen también en la fisiología del organismo y contribuyen a la aparición de la enfermedad o bien a la aparición de problemas psicológicos que, a su vez, contribuyen a la aparición de la enfermedad.

Por ejemplo, el tabaco puede producir directamente una bronquitos crónica, o bien puede producir síntomas como aumento crónico del ritmo cardíaco y náuseas, lo cual a su vez, aumenta la sensación de nerviosismo general y la predisposición a sentir ansiedad.

Si esta persona interpreta estos síntomas de ansiedad como algo muy desagradable y negativo, es posible que se sienta aún más ansiosa al notar dicha ansiedad, con lo cual esta aumenta, afectando, a su vez, al organismo como hemos explicado en el apartado 1. Es decir, se trata de un mecanismo circular en el que comportamiento, emoción y fisiología se influyen unos a otros hasta producir la enfermedad.

Si tienes alguna enfermedad crónica, ¿qué puedes hacer para mejorarla?

1. Lo más importante es tener en cuenta esta influencia de factores emocionales y comportamentales. Si dejas de considerar tu enfermedad como algo exclusivamente médico y ajeno a ti que no puedes controlar y empiezas a pensar que tu comportamiento y tus emociones ejercen una influencia, entonces empezarás a sentir que tú también tienes cierto control sobre tu salud (y no sólo tu médico). Es decir, hazte responsable tanto de tu salud como de tu enfermedad y trata de descubrir qué cosas puedes hacer.

2. Haz un balance de tu vida: ¿tienes problemas familiares, laborales, de pareja u otro tipo? ¿Sientes a menudo ansiedad, depresión, ira, etc.? ¿Tienes hábitos poco saludables, es tu alimentación inadecuada? ¿Cómo crees que están influyendo esas emociones, problemas y hábitos en tu enfermedad? ¿Qué crees que puedes hacer para cambiarlo?

3. Lleva un diario de aquello que te haga sentir mal. Te servirá para ser consciente de tus emociones y de su influencia en tu salud general.

4. Ten en cuenta la influencia de tus pensamientos en tus emociones. Trata de ver las cosas desde un punto de vista lo más lógico y realista posible, y de tener un pensamiento flexible (preferir en vez de exigir, desear en vez de necesitar a toda costa, tolerar la frustración, aceptar la realidad tal y como es, cambiando lo que pueda cambiarse y aceptando lo que no). Para esto puedes utilizar la terapia racional emotiva.

5. Sé tolerante y comprensivo con los demás. Ten en cuenta que son seres humanos imperfectos y que pueden cometer errores, igual que tú. De este modo te ahorrarás una ira innecesaria.

6. Utiliza técnicas de relajación, yoga, meditación masaje, haz deporte y lleva un estilo de vida y alimentación saludable.

7. Desarrolla tus habilidades de comunicación. Aprende a escuchar a los demás, ten en cuenta sus puntos de vista, acepta que a veces la gente tiene opiniones diferentes, adopta una postura de solución de conflictos, no de lucha de poder o de enfrentamiento.