Autora: Ana Muñoz


Algunas personas se sienten ofendidas muy fácilmente por comentarios, comportamientos o actitudes de otras personas. No se trata solo de ofenderse con motivo por comentarios amenzantes o realmente hirientes, sino que hablo de personas que se sienten dolidas, enfadas o amenazadas con demasiada frecuencia por casi cualquier cosa que otros digan o hagan.

Si te pasa esto, seguramente hace tiempo que te has dado cuenta de que respondes mal o de un modo exagerado a otras personas ante comentarios que no eran malintencionados. Probablemente sientes ira, vergüenza, humillación u otra emoción negativa intensa que te hace reaccionar de este modo. Y es muy probable que, más tarde, estando a solas, te arrepientas de haber reaccionado así, te des cuenta de que ha sido una reacción exagerada y te preguntes qué te está pasando.

Seguramente has notado que esto te pasa prácticamente con todo el mundo, aunque es probable que reacciones mal sobre todo con las personas de tu entorno más cercano, con las que tienes más confianza. No obstante, se trata de algo generalizado. Ten en cuenta que si te pasa solo con una persona, puede tratarse de algo completamente distinto de lo que hablamos en este artículo (en este caso, echa un vistazo a la sección “También te puede interesar”, al final de la página).

¿Cuál es la causa de estas reacciones?

El hecho de sentirse ofendido/a, a menudo implica una experiencia de emociones negativas causadas por una frase o una acción que está en conflicto con lo que esperamos y creemos que es el comportamiento correcto, apropiado, moral y aceptable.

Al relacionarnos con los demás, vamos formando una serie de expectativas que, cuando se rompen, tienden a hacer que nos ofendamos. Estas expectativas pueden ser de varios tipos, y pueden ser más o menos realistas:

Las más realistas:

1. Esperamos que los demás nos devuelvan siempre los favores, las muestras de amabilidad y de cariño y, en general, se comporten con nosotros de forma recíproca.

2. Esperamos que los demás nos traten de un modo justo e igualitario, sin favorecer a otras personas antes que a nosotros.

Las menos realistas:

1. Esperamos que los demás, hagan y digan lo correcto en todo momento, que no digan, hagan o pregunten tonterías, obviedades o cosas que creemos que deberían saber, que no digan cosas que (creemos que) no deberían decir.

2. Esperamos que los demás "predigan" el impacto negativo de sus palabras y acciones porque pensamos que nos conocen bien y deberían saber qué decir y qué callarse.

¿Cómo estas expectativas hacen que nos ofendamos más de la cuenta?

Lo hacen cuando:

1. Son demasiado intensas y rígidas.
2. No somos conscientes de que entran en conflicto con los derechos de los demás.

Independientemente de que sean más o menos realistas, si sostienes estas expectativas de un modo exagerado, intenso y dogmático, es posible que cualquiera de ellas te cree problemas, sobre todo porque es probable que entren el conflicto con los derechos de los demás, de manera que tú no los estás respetando.

Por ejemplo, es normal y deseable que esperes que te traten de un modo justo e igualitario, pero esta creencia debe estar en consonancia con el hecho de que, a veces, una persona tiene derecho a favorecer a otra: por ejemplo, puede hacerle un mejor regalo de cumpleaños a alguien a quien aprecia más que a ti y tiene todo su derecho a hacerlo. Si esperas que una persona deje de lado sus propios derechos para satisfacer los tuyos, es muy probable que eso no suceda y que, como consecuencia, te enfades.

Igualmente, una persona tiene derecho a equivocarse, a no saberlo todo de ti, a no saber “leer” tus emociones, a no saber lo que esperas de ella, a decir alguna tontería de vez en cuando, a no acordarse de algunas cosas o a no ser consciente del impacto que pueden tener en ti sus palabras. Es decir, a ser imperfecta.

Cuando sostienes estas expectativas y creencias de un modo demasiado rígido, utilizando un pensamiento basado en el “debería”, estás imponiendo a los demás una forma de actuar que no da lugar a ninguna equivocación. Es decir, deben decir y hacer siempre lo correcto, y defines “lo correcto” como lo que tú esperas que digan y hagan, sin tener en cuenta sus propios deseos y derechos.

Cuanto más rígidas y dogmáticas sean tus expectativas, más probabilidades tendrás de ofenderte con facilidad, porque, al ser tan rígidas e intensas, es demasiado fácil quebrantarlas.

Qué hacer: suaviza tus expectativas, concede a los demás el derecho a equivocarse, a no ser perfectos, a decir tonterías…

El papel de tu propio estado emocional

Además de las expectativas, tu propio estado emocional también juega un papel importante. Si analizas cómo te sientes habitualmente, es probable que te encuentres con una mezcla de baja autoestima, vergüenza, depresión, estrés, baja tolerancia a la frustración...

Por ejemplo, la baja autoestima puede hacer que te sientas mal contigo mismo/a. Puedes considerarte una persona inferior, fracasada, inepta o digna de desprecio. Así, cuando alguien te hace un comentario mínimamente hiriente, lo consideras como una prueba de tu falta de valía y reaccionas mal con facilidad.

El estrés puede hacer que sea muy fácil que aparezca la gota que colme el vaso. Si estás en un estado de estrés y nerviosismo continuo, a punto de saltar en cualquier momento, no es extraño que te irrites con mucha facilidad.

Si estás deprimido/a y ves la vida de un modo negativo (la vida es un asco, nunca pasa nada bueno, la gente es horrible, son todos unos idiotas, etc.) es mucho más probable que reacciones de forma rígida y seas menos tolerante con los errores de los demás.

Qué hacer: si tienes un problema de estrés, depresión, etc., trata de relajarte y calmarte al menos cuando estés con otras personas. Por ejemplo, puedes pensar: “He quedado con gente y, mientras esté con ellos, voy a dejar de lado todas mis preocupaciones y problemas y concentrarme plenamente en pasar un buen rato con ellos, relajarme, ser amable, ver el lado bueno y tener sentimientos positivos”.

Por supuesto, también es importante que analices las causas de ese estrés o depresión e intentes buscar soluciones. Pero, sea lo que sea que sientas, no tienes por qué sentirlo las 24 horas del día. Puedes hacer un paréntesis. Inténtalo y comprobarás que es cierto. Este paréntesis no solucionará tus problemas, pero te ayudará ponerte en marcha para solucionarlos, te dará un respiro y mejorará tus relaciones con los demás.

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