Autora: Ana Muñoz


La autoestima hace referencia a la evaluación positiva o negativa que una persona hace de su yo. Por ejemplo, una persona con una autoestima alta estará de acuerdo con frases como: "Creo que soy una persona válida", "En general, estoy satisfecho conmigo mismo". En gran medida, las personas se sienten bien consigo mismas.

De hecho, la mayoría de la gente se ve a sí misma por encima de la media en casi todo, debido a que existe una tendencia al autoenaltecimiento. Por supuesto, cuanto menos precisos sean los criterios para valorar una característica, más fácil le resultará a la gente verse a sí misma por encima de la media. Por este motivo, somos más propensos a vernos mejores que los demás en sensatez que en puntualidad (pues la puntualidad puede medirse fácilmente con un reloj). Por este motivo, la gente tiende más a valorarse por encima de los demás en aspectos relacionados con la moralidad que en los de rendimiento intelectual.

Además, las personas tienden a considerar que los rasgos en los que destacan son los más importantes a la hora de tener éxito o alcanzar sus metas. Por ejemplo, las personas que se ven a sí mismas como muy inteligentes pero no muy sociables piensan que el talento intelectual es el factor más importante para tener éxito en su carrera. Por el contrario, las personas que se ven con una inteligencia media pero con un talento especial para llevarse bien con los demás, piensan lo opuesto: que ser populares les garantizará el éxito laboral.

¿Qué mecanismos usan las personas para tener una visión positiva de sí mismas?

Debido a que las personas desean sentirse bien consigo mismas, procesan la información sobre su yo de modos que favorezcan una visión positiva. Las fuentes que las personas usan para evaluarse a sí mismas suelen estar desviadas con el fin de elevar la autoestima, aunque la gente no piensa que está afectada por estas desviaciones.

Las fuentes que usan las personas para evaluarse a sí mismas; es decir, las fuentes habituales de autoestima son de tres tipos: estimar nuestros éxitos y fracasos, compararnos con los demás, y compararnos con nuestros propios parámetros internos. En las páginas siguientes veremos cada una de ellas.

1. Los éxitos y los fracasos

El éxito y la aceptación hacen que una persona se sienta bien consigo misma, mientras que el fracaso, el rechazo y la pérdida producen el efecto contrario.

Si las experiencias de las personas, así como lo que piensan acerca de sí mismas como consecuencia de esas experiencias, es positivo, probablemente tendrán una autoestima alta. Si las experiencias son principalmente negativas, pueden llegar a tener una baja autoestima de manera crónica.

No obstante, la tendencia al autoenaltecimiento modela el impacto que las experiencias tienen sobre la autoestima. Sin darse cuenta, la mayoría de las personas disponen las cosas de modos que produzcan las mayores retribuciones posibles. Para ello:

- Elegimos situaciones en las que podamos destacar. Así, las personas suelen abandonar las relaciones que les hacen sentir infelices, o los trabajos en los que no logran sobresalir y buscan relacionarse con personas con quienes se sientan valorados, apreciados y aceptados, o realizar trabajos en los que se sientan competentes y puedan destacar. Así, nuestras elecciones personales con frecuencia nos llevan a los terrenos que nos permiten ser lo mejor que podemos. Si no se te dan bien las matemáticas y te empeñas en triunfar en una carrera relacionada con las matemáticas, seguramente acabarás con una autoestima baja y sensación de fracaso.

- Solemos pensar que el modo como ocurren las cosas es el mejor para nosotros. Así, si no consigues salir con la persona que te atrae, puedes pensar que seguramente no era la persona apropiada para ti o que la relación no habrá funcionado, protegiendo de este modo tu autoestima.

- Sobrevaloramos nuestras contribuciones en trabajos compartidos. Cuando un proyecto realizado en grupo tiene éxito, las personas suelen pensar que han contribuido en gran medida; mientras que si el proyecto es un fracaso, tienden a pensar que su contribución ha sido escasa.

Por todas estas razones, la mayoría de las personas acaba acumulando más experiencias positivas que negativas, tanto en la realidad como en la memoria.

2. Compararse con los demás

La autoestima de muchas personas depende de su comparación con los demás.

El efecto de la comparación guarda relación con la cercanía de la otra persona y con la importancia que le concedamos a la característica en la que somos comparados.

Por ejemplo, ser derrotado por un hermano o amigo en una actividad en la que nos consideramos especialmente buenos y en la que destacar es algo importante para nosotros, resulta más doloroso que ser derrotado por un extraño, porque la cercanía aumenta la comparación social.

A veces, las personas no pueden elegir con quién desean compararse. Por ejemplo, si has de exponer un trabajo o informe justo después de una exposición brillante por parte de un compañero, la comparación es casi inevitable.

No obstante, cuando las personas pueden elegir, tienden a evitar comparase con aquellos que los pueden dejar en mal lugar. Una táctica que las personas emplean con frecuencia consiste en distanciarse de aquellos que tienen un mayor éxito ( o los vemos como de algún modo superiores a nosotros), ya sea minimizando nuestras similitudes con ellos, o bien abandonando estas relaciones.

Otra táctica que usan las personas para protegerse consiste en la comparación descendente, que consiste en compararse con aquellos que son menos afortunados, o tienen menos éxitos. Esto ayuda a las personas a saber que podría ser peor. Por ejemplo, en un estudio que entrevistó a pacientes con cáncer de mama se vio que se comparaban a sí mismas con otras que estaban peor. Estas comparaciones las ayudaban a sentirse más aliviadas y pensar que se encuentran mejor que sus iguales.

3. Compararnos con nuestros propios parámetros internos

Las personas suelen tener modelos internos que intentan emular. Estos modelos internos pueden ser de dos tipos: el yo ideal, que es la persona que desearíamos ser; y el yo debido, que es la persona que creemos que deberíamos ser (Higgins, 1987).

El yo ideal nos ayuda a alcanzar nuestras aspiraciones cuando tratamos de convertirnos en la persona que deseamos ser; el yo debido nos ayuda a cumplir nuestras obligaciones. No obstante, con frecuencia existen discrepancias y conflictos entre lo que somos realmente y lo que deseamos y creemos que deberíamos ser. Por ejemplo, una persona baja y rechoncha puede desear ser alta y esbelta. O una persona vaga y poco activa puede pensar que debería ser trabajadora y activa. Estas discrepancias influyen en nuestro estado emocional y autoestima. Un desajuste entre el yo real y el ideal conduce a sentimientos de frustración, rechazo y desconcierto. Por ejemplo, si alguien piensa que las personas altas y esbeltas son atractivas y las bajas y rechonchas no pueden serlo, se sentirá triste o frustrado. Un desajuste entre el yo real y el debido da lugar a sentimientos de vergüenza, culpabilidad o ansiedad. En algunos casos, las discrepancias dan lugar a emociones muy negativas, que pueden dar lugar a depresión, ansiedad y baja autoestima.

Estas emociones negativas debidas a las discrepancias pueden intensificarse cuando ciertos pensamientos y situaciones hacen que seamos más conscientes de nuestras deficiencias:

1. Pensamientos centrados en el yo. Cuando pensamos, aunque sea momentáneamente, en alguien que representa nuestro yo ideal o debido (alguien que es como desearíamos o deberíamos ser) nos sentimos peor con nosotros mismos. Cuanto más tiempo pasemos pensando en eso, pero nos sentiremos.

2. Situaciones centradas en el yo. Hay personas que detestan ser fotografiadas o que se grabe su voz. Esto puede ser debido a que estas situaciones fijan nuestra atención en nuestra interioridad, de modo que pueden evocar aquello que no nos gusta de nosotros mismos. Por lo general, nuestros pensamientos y atención suelen estar dirigidos hacia el exterior. Cuando somos observados por una audiencia o una cámara o vemos nuestra imagen en un espejo, somos más conscientes de nosotros mismos, y, por tanto, más conscientes de nuestras discrepancias. Si estas discrepancias entre nuestro yo ideal o debido y nuestro yo real son grandes, se produce un malestar intenso en estas situaciones. Es decir, al enfocar nuestra atención en nosotros mismos, se hacen obvias nuestras discrepancias, lo cual a menudo produce desagrado.

3. Personas centradas en el yo. Algunas personas tienen más tendencia que otras a centrar su atención en sí mismas. Estas personas tienen más facilidad para reconocer sus discrepancias y tratar de afrontarlas y superarlas, pero también pueden tener sentimientos más fuertes de desesperación y tristeza cuando no pueden vencer dichas discrepancias u observan que están muy lejos de su yo ideal o debido.

Dado que todos tenemos autodiscrepancias, ¿qué hacen las personas para no sentirse tristes siempre?

1. Muchas personas simplemente no se detienen a pensar cómo se evalúan a sí mismas, o dedican menos tiempo a hacerlo, de manera que no se ven especialmente afectadas.

2. También es frecuente tender a recordar más lo positivo que lo negativo. Si te pones a pensar acerca del éxito en tu carrera, es posible que te centres más en evocar en tu memoria las situaciones en las que has tenido éxito, de modo que llegarás a la conclusión de que has tenido bastante éxito. Si, por el contrario, evocas en tu memoria principalmente las experiencias de fracaso, pensarás que tu carrera profesional es un fracaso. Por lo general, la mayoría de las personas se centran en recordar sus éxitos y experiencias positivas.

Es decir, las personas tienden a autoenaltecerse y centrarse en lo mejor de sí mismas, lo cual las ayuda a construir una autoimpresión positiva. Además, con frecuencia evitamos las situaciones en las que no nos desenvolvemos bien, evitamos compararnos con personas más triunfadoras y no nos damos cuenta de que no somos todo lo que desearíamos o deberíamos ser.

Así, cuanto más ignorante de sí misma sea una persona, más probabilidades tiene de sentirse bien consigo misma, pero memos probabilidades tiene de evolucionar y acercarse a su yo ideal o debido (recordemos que el yo ideal nos ayuda a alcanzar nuestras aspiraciones y el debido a cumplir con nuestras obligaciones).

Por el contrario, cuanto más consciente sea una persona de sí misma y sus discrepancias mayor puede ser su sufrimiento, pero mayor sus posibilidades de madurar y acercarse a su yo ideal. Tal vez la mejor estrategia consiste en tener esto en cuenta y buscar un equilibrio que nos ayude a evolucionar sin causarnos un sufrimiento excesivo.

Autoestima y complejidad del yo

Las personas reaccionan de modos diferentes ante los sucesos positivos o negativos, y difieren también en el impacto que dichos sucesos causan en ellas.

El efecto de los sucesos positivos y negativos es mucho más intenso en las personas que tienen una baja complejidad del yo (Patricia Linville, 1985); es decir, las personas que se ven a sí mismas con pocos aspectos distintivos del yo (véase artículo sobre autoconcepto). Las personas con baja complejidad del yo experimentan más emociones positivas tras un éxito y más emociones negativas tras un fracaso, de manera que sus emociones son más intensas, su autoestima es más inestable y tienen mayores cambios en ella.

¿Por qué la complejidad del yo influye en la autoestima? Cuando tiene lugar un suceso bueno o malo, puede producir un efecto sobre varios aspectos del yo. Si una persona tiene muchos aspectos del yo independientes, sólo una pequeña porción de su autoconcepto se verá afectada por el suceso. Por ejemplo, tras una ruptura puede pensar que es un fracaso como pareja, pero al menos se sigue considerando competente en su trabajo, buen amigo de sus amigos, buen escritor, etc., lo cual protege su autoestima. En cambio, una persona con una baja complejidad del yo que ha definido prácticamente todo su autoconcepto en función de su relación de pareja, se sentirá devastada tras la ruptura y su autoestima se vendrá abajo. Y a la inversa, los sucesos positivos también producirán emociones más intensas en las personas con baja complejidad del yo.

Por tanto, el hecho de tener un yo con una alta complejidad permite a las personas tener una autoestima más constante y estable y ayuda a evitar las caídas devastadoras. La complejidad del yo puede aumentarse implicándose en muchos roles y actividades diversas, de manera que puedas decir, "es cierto que soy un esposo o esposa, pero además soy un vendedor que aprecia su trabajo, un estudiante, un pintor, un amigo, un padre o madre, etc."

No obstante hay que tener en cuenta que tener muchos roles distintos no servirá de nada si te ves sintiendo, pensando y actuando del mismo modo en todos los roles; es necesario establecer distinciones entre los diversos "yoes", por ejemplo: "En el trabajo soy competitivo y perfeccionista; con los amigos soy divertido y relajado"; etc.