2. EFECTO DEL PENSAMIENTO EN LAS CIRCUNSTANCIAS

La mente de una persona se compara a un jardín, que puede ser inteligentemente cultivado o ser abandonado y llenarse de hierbas; pero sea cultivado o descuidado, está destinado a producir. Si no se siembran semillas útiles, entonces semillas de mala hierba caerán, crecerán en abundancia y se reproducirán.

Al igual que un jardinero cultiva su parcela, manteniéndola libre de mala hierba, cultivando las flores y frutos que requiere, así debe también el ser humano atender el jardín de su mente limpiándola de pensamientos dañinos, inútiles e impuros, y cultivando hasta la perfección las flores y frutos de pensamientos correctos, útiles y puros. Sólo siguiendo este proceso el individuo tarde o temprano descubre que él es el jardinero maestro de su espíritu, director de su vida. También descubre en sí mismo las leyes del pensamiento, y entiende, cada vez con mayor precisión, cómo la fuerza del pensamiento y los elementos de la mente operan en la formación de su carácter, sus circunstancias y su destino.

El pensamiento y el carácter son uno solo, y mientras el carácter sólo se manifiesta y descubre a través de las circunstancias, el entorno de la vida de una persona siempre estará en armonía con su estado interior. Esto no significa que las circunstancias de una persona en un momento dado son un indicador de todo su carácter, sino que aquellas circunstancias están íntimamente conectadas con algún elemento vital de pensamiento en su interior que, en ese momento, es indispensable para su desarrollo.

Cada persona está donde está por la ley de su propio ser. Los pensamientos que ha construido en su carácter la han llevado allí, y en la disposición de su vida no hay elemento de azar, sino el resultado de una ley que no puede fallar. Esto es cierto tanto para aquellos que se sienten descontentos con su entorno como para aquellos que están satisfechos con él.

Como ser de evolución y progreso, el ser humano está en un punto en el que debe aprender que ha de crecer; y mientras aprende la lección espiritual que cada circunstancia le ofrece, ésta termina y da lugar a otras circunstancias.

El ser humano es abofeteado por las circunstancias mientras se piense a sí mismo como un ser creado por las condiciones exteriores, pero cuando se da cuenta de que es un poder creativo, y que puede manejar las tierras y semillas de su ser de las que las circunstancias nacen, se convierte en el dueño y señor de sí mismo.

La persona que por algún tiempo ha practicado el autocontrol y la auto purificación sabe que las circunstancias nacen de los pensamientos, porque ha notado que la alteración de sus circunstancias ha estado en exacta relación con la alteración de su estado mental. De este modo, es verdad que cuando una persona tenazmente se dedica a subsanar los defectos de su carácter, y realiza un progreso rápido y marcado pasa rápidamente por una sucesión de cambios repentinos.

El alma atrae aquello que secretamente alberga; aquello que ama, y también aquello que teme; alcanza la cúspide de sus más preciadas aspiraciones, cae al nivel de sus más impuros deseos; y las circunstancias son los medios por los que el alma recibe lo que es suyo.

Cada semilla de pensamiento sembrado dejado caer en la mente, y que echa raíces, se reproduce a sí misma, floreciendo tarde o temprano en acciones, produciendo sus propios frutos de oportunidad y circunstancias. Buenos pensamientos producen buenos frutos, malos pensamientos, malos frutos.

El entorno de las circunstancias toma su forma del mundo interno de los pensamientos, y todas las condiciones externas, agradables y desagradables, son factores que finalmente existen para el bien del individuo. Como el cosechador de su propio fruto, el individuo aprende tanto sufriendo como disfrutando.

Siguiendo los más íntimos deseos, aspiraciones, pensamientos, por los cuales se deja dominar (persiguiendo visiones engañosas de impura imaginación, o caminando con pie firme el camino de elevadas aspiraciones), una persona alcanza finalmente por completo los frutos de estos en las condiciones externas de su vida.

Las leyes del crecimiento y adaptación se cumplen en todo lugar. Una persona no llega a una casa de beneficencia o la cárcel por la tiranía del destino o las circunstancias, sino por el camino de pensamientos serviles y bajos deseos. No cae una persona de pensamientos puros de repente en el crimen por estrés o por fuerzas meramente externas; pensamientos criminales han sido secretamente albergados en su corazón, y la hora de la oportunidad revela su poder acumulado.

Las circunstancias no hacen al ser humano; lo revelan a sí mismo. No puede existir condición tal como descender en la depravación y sus sufrimientos acompañantes, sin una inclinación a dicha depravación; o ascender en la virtud y la felicidad que conlleva sin el cultivo continuado de aspiraciones virtuosas; el ser humano, por lo tanto, como amo y señor del pensamiento, es el hacedor de sí mismo, el formador y autor de su entorno. Aún en el nacimiento el alma se revela, y en cada paso de su peregrinación atrae aquella combinación de condiciones que la revelan, que son el reflejo de su propia pureza e impureza, su fortaleza y debilidad.

Las personas no atraen aquello que quieren, sino aquello que son. Sus antojos, caprichos, y ambiciones se frustran a cada paso, pero sus más íntimos pensamientos y deseos se alimentan de sí mismos, sean estos sucios o limpios. El ser humano está maniatado sólo por sí mismo. El pensamiento y la acción son los carceleros del destino – ellos nos apresan, si son bajos; ellos son también ángeles de Libertad – nos liberan, si son nobles.

No consigue el ser humano aquello que desea y por lo que ora, sino aquello que con justicia se gana. Sus deseos y plegarias sólo son satisfechas y atendidas cuando armonizan con sus pensamientos y acciones.

A la luz de esta verdad, ¿cuál es entonces el sentido de “luchar contra las circunstancias?” Significa que el ser humano está continuamente rebelándose contra el efecto exterior, mientras todo el tiempo está nutriendo y preservando su misión en su corazón.

Esta misión puede tomar la forma de un vicio consciente o de una debilidad inconsciente; pero cualquiera que sea, tercamente retarda los esfuerzos de su poseedor, que de ese modo clama por una cura.

El ser humano está ansioso de mejorar sus circunstancias, pero no está tan deseoso de mejorarse a sí mismo; por eso permanece atado. La persona que no se encoge ante su propia crucifixión nunca fallará en alcanzar el objetivo que se traza en su corazón, esto es tan cierto en las cosas terrenales como en las divinas. Aún la persona cuyo único objetivo es alcanzar prosperidad debe estar preparada para realizar grandes sacrificios personales antes de poder lograr su objetivo; y aún más aquel que quiera lograr una vida próspera y equilibrada.

Este es un ejemplo de un individuo miserable y pobre. Está extremamente ansioso deseando que el confort de su entorno y su hogar mejoren, aun así todo el tiempo elude su trabajo, y se considera justificado al tratar de engañar a su jefe en base a lo miserable de su sueldo. Tal individuo no entiende los simples rudimentos de los principios que son la base de la prosperidad, y no sólo está incapacitado para alzarse sobre su miseria, sino que atrae aún mayores miserias al albergar y actuar siguiendo sus pensamientos indolentes, falsos y cobardes.

O tomemos el ejemplo de un hombre rico que es víctima de una penosa y persistente enfermedad resultado de la glotonería. Está dispuesto a gastar enormes sumas de dinero para curarse, pero no está dispuesto a sacrificar su glotonería. Quiere satisfacer su gusto con comidas poco saludables y gozar a la vez de buena salud. Tal hombre es totalmente incapaz de gozar de buena salud, porque no ha aprendido los principios básicos de una vida saludable.

Un empresario adopta medidas deshonestas para evitar el pago de los sueldos y, en el afán de mejorar sus ingresos, reduce los sueldos de los empleados. Tal hombre no está preparado para la prosperidad, y cuando sus finanzas y su prestigio se encuentren en bancarrota, culpará a las circunstancias, sin siquiera saber que es él mismo el autor de su condición.

He presentado estos tres ejemplos solamente para ilustrar la verdad de que el ser humano es la causa (aunque casi siempre sin ser consciente) de sus circunstancias, y que, mientras aspira a un buen fin, continuamente frustra su cometido al estimular pensamientos y deseos que no armonizan con ese fin.

Tales ejemplos pueden modificarse y multiplicarse casi indefinidamente, pero no es necesario, porque el lector podrá, si así lo resuelve, rastrear el efecto de las leyes del pensamiento en su propia mente y en su propia vida, y hasta que lo logre, meros hechos externos no servirán como base de su razonamiento.

Las circunstancias, sin embargo, son tan complicadas, el pensamiento está tan profundamente enraizado, y las condiciones de felicidad varían tanto entre individuos, que la condición del alma de una persona en su totalidad (aunque ella la conozca) no puede juzgarla otra persona solo por el aspecto externo de su vida.

Una persona puede ser honesta en cierta dirección, y aún así sufrir privaciones; una persona puede ser deshonesto en cierta dirección, y aún así adquirir riquezas; pero la conclusión habitual de que el primero falla debido a su particular honestidad, y que el segundo es próspero gracias a su particular deshonestidad, es resultado de un juicio superficial, que asume que el deshonesto es corrupto casi por completo, y el honesto es casi enteramente virtuoso. A la luz de un profundo conocimiento y mayor experiencia, tal juicio se encontrará erróneo. El deshonesto ha de tener algunas virtudes admirables que el otro no posee; y el honesto vicios dañinos que están ausentes en el otro. El individuo honesto cosecha los buenos resultados de sus pensamientos y actos honestos; también atrae el sufrimiento que su vicio produce; El deshonesto del mismo modo cosecha sus propios sufrimientos y dichas.

La vanidad humana se complace al creer que uno sufre por causa de su virtud; pero hasta que el individuo haya extirpado cada pensamiento malsano, amargo e impuro de su mente, y limpiado cada mancha pecaminosa de su alma, no estará en posición de saber y decir que sus sufrimientos son resultado de su buenas, y no de sus malas cualidades; y en su camino, aunque mucho antes de alcanzar la perfección, habrá encontrado funcionando en su mente y en su vida, la gran ley que es absolutamente justa, y que no da bien por mal, ni mal por bien.

En posesión de tal conocimiento, entenderá, mirando atrás en su pasada ignorancia y ceguera, que su vida se desarrolla, y siempre se desarrolló, con justicia, y que todas sus experiencias pasadas, buenas y malas fueron fruto imparcial de su propio ser en proceso de evolución.

Buenos pensamientos y acciones jamás pueden producir malos resultados; malos pensamientos y acciones no pueden jamás producir buenos resultados. Esto no es otra cosa que afirmar que no puede cosecharse más que trigo del trigo, u ortiga de la ortiga. El ser humano entiende esto en el mundo natural, y trabaja con ese conocimiento; pero pocos lo entienden en el mundo moral y mental (aunque esta operación es tan simple y directa), y por lo mismo no cooperan con esa ley.

El sufrimiento es siempre el efecto de los pensamientos equivocados en alguna dirección. Es indicador de que el individuo está fuera de armonía consigo mismo, con la ley de su ser. El único y supremo uso del sufrimiento es la purificación, quemar todo aquello que es inútil e impuro. El sufrimiento cesa para quien es puro. No hay sentido en quemar el oro después que la escoria se ha retirado, y un ser perfectamente puro e iluminado no puede sufrir.

Las circunstancias por las que una persona se encuentra con el sufrimiento son el resultado de su propia falta de armonía mental, y las circunstancias por las que se encuentra con la buenaventura son los resultados de su propia armonía mental. Buenaventura, no posesiones materiales, es la medida del pensamiento correcto; la infelicidad, no la falta de posesiones materiales, es la medida del pensamiento errado. Una persona puede ser desgraciada y ser rica; puede ser dichosa y pobre. La buenaventura y riqueza sólo se juntan cuando la riqueza es empleada correctamente y con sabiduría; y la persona pobre sólo desciende a la miseria cuando considera su destino como una carga injustamente impuesta.

La indigencia y la indulgencia son dos extremos de la miseria. Ambas son igualmente innaturales y el resultado de un desorden mental. Un individuo no está correctamente adaptado hasta que es un ser feliz, saludable y próspero; y la felicidad, salud y prosperidad son el resultado de un ajuste armonios del ser interior y exterior con su entorno.

El ser humano sólo empieza a ser humano cuando deja de lamentarse y maldecir y comienza a buscar la justicia oculta que gobierna su vida. Y al adaptar su mente a este factor gobernante, cesa de acusar a otros como la causa de su situación, y se forja a sí mismo con pensamientos nobles y fuertes; deja de patalear contra las circunstancias, y empieza a utilizarlas como ayuda para progresar más rápido, y como un medio para descubrir el poder y las posibilidades ocultas dentro de sí.

Ley, y no confusión, es el principio dominante del universo; justicia, no injusticia, es el espíritu y sustancia de la vida; rectitud, y no corrupción, es la fuerza moldeadora y motivadora que gobierna el espíritu del mundo. Siendo esto así, el ser humano no tiene más opción que descubrir que el universo funciona correctamente, y al rectificarse, encontrará que mientras cambia sus pensamientos respecto a las situaciones y la gente, las situaciones y la gente cambiarán respecto a él.

La prueba de esta verdad está en cada persona, y por ello puede verificarse fácilmente mediante una introspección y auto-análisis sistemáticos. Si una persona cambia radicalmente sus pensamientos, se asombrará de la rápida transformación que operará en las condiciones materiales de su vida.

El ser humano imagina que puede mantener en secreto sus pensamientos, pero no puede; rápidamente estos se cristalizan en hábitos, y los hábitos toman forma de circunstancias. Pensamientos indulgentes se cristalizan en hábitos de indulgencia respecto a la bebida y el sexo, que toman forma de destrucción y padecimiento; pensamientos impuros de todo tipo se cristalizan en hábitos de desorientación y debilidad, que toman forma de circunstancias de perturbación y adversidad; pensamientos de temor, duda e indecisión se cristalizan en hábitos de debilidad, cobardía e irresolución, que toman forma de circunstancias de fracaso, indigencia, y dependencia; pensamientos de pereza se cristalizan en hábitos de desaseo y deshonestidad, que toman forma de circunstancias de inmundicia y mendicidad; pensamientos de odio y condena se cristalizan en hábitos de acusación y violencia, que toman forma de circunstancias de injuria y persecución; pensamientos narcisistas de todo tipo se cristalizan en hábitos egoístas, que toman forma de circunstancias de mayor o menor angustia.

Por otro lado, pensamientos nobles de cualquier tipo se cristalizan en hábitos de gracia y bondad, que toman forma de circunstancias de felicidad y cordialidad; pensamientos puros se cristalizan en hábitos de templanza y dominio de sí mismo, que toman forma de circunstancias de paz y tranquilidad; pensamientos de valentía, auto-confianza y decisión se cristalizan en hábitos valerosos, que toman forma de circunstancias de éxito, plenitud y libertad; pensamientos llenos de energía se cristalizan en hábitos de pulcritud y laboriosidad, que toman forma de circunstancias placenteras; pensamientos nobles y caritativos se transforman en hábitos de generosidad, que toman formas de circunstancias de protección y preservación; pensamientos de amor y generosidad cristalizan en hábitos de desprendimiento, que toman forma de circunstancias de prosperidad perdurable y riqueza verdadera.

La persistencia en una sucesión dada de pensamientos, sean estos buenos o malos, no falla en producir resultados en el carácter y las circunstancias. Una persona no puede escoger directamente sus circunstancias, pero puede escoger sus pensamientos, y de ese modo, indirectamente, pero con certeza, dar forma a sus circunstancias.

La naturaleza se encarga de ayudar a todas las personas en la satisfacción de los pensamientos que las dominan, y les presenta las oportunidades que hagan realidad de la manera más rápida tanto sus pensamientos constructivos como destructivos.

Si cesa una persona en sus pensamientos inmorales, el mundo se ablandará para ella, y estará listo para ayudarla; si deja de lado sus pensamientos débiles y enfermizos, las oportunidades nacerán en cada mano para ayudarla en sus resoluciones; si motiva buenos pensamientos, no habrá fatalidad que la ate a la miseria y la vergüenza. El mundo es tu calidoscopio, y la variedad y combinación de colores que a cada momento te presenta son las imágenes exquisitamente ajustadas de tus pensamientos siempre en movimiento.

Serás lo que has que ser;
que el fracaso encuentre su falsa felicidad
en esa triste palabra: “ambiente”
que el espíritu, que es libre, desprecia.

Domina el tiempo y conquista el espacio;
vence aquella vanidosa embaucadora, “la Suerte”
derrota a la tiránica Circunstancia,
la pone a su servicio.

La voluntad humana, esa fuerza invisible
descendiente de un espíritu inmortal,
puede labrar el camino a cualquier objetivo
aunque murallas inmensas se opongan.

No te impacientes ante la demora,
y espera como aquél que comprende
que cuando el espíritu es quien manda,
los dioses están dispuestos a obedecerle.