Autora: Ana Muñoz


Este artículo está basado en el libro del doctor Martin L. Rossman, llamado Guided Imagery for Self-Healing.

Una imagen mental es una representación de la experiencia o la fantasía; es uno de los modos que tiene nuestra mente de codificar, almacenar y procesar la información. La imaginación es el conjunto de imágenes mentales creadas a partir de sueños, fantasías, recuerdos de experiencias, planes, proyectos y posibilidades.

Es el lenguaje que utiliza el arte, la ensoñación y la parte más profunda de nosotros mismos, de modo que constituye una puerta de entrada a nuestro mundo interior; un modo de observar nuestras propias ideas, sentimientos e interpretaciones.

Pero es además mucho más que eso. La imaginación constituye también un modo de transformación y liberación de distorsiones dentro de un ámbito que puede dirigir o afectar tu vida inconscientemente, así como influir en tu salud tanto mental como física.

Por desgracia, vivimos en una sociedad donde no se valora especialmente la imaginación. Por lo general, en la mayor parte de los trabajos se espera de las personas que hagan sus tareas mecánicamente, de los modos establecidos, no que piensen de un modo creativo, ni que innoven, ni que usen su imaginación. Se da énfasis a lo práctico, lo lógico, lo tangible, sin darnos cuenta de que la imaginación es una parte fundamental e indispensable de nosotros.

La imaginación nos ayuda a resolver problemas, a encontrar soluciones donde parece no haberlas, a cambiar, a transformarnos. El ser humano se ha valido de su imaginación para encontrar aplicaciones útiles de los descubrimientos científicos, construir edificios, cultivar las cosechas, acabar con las guerras (o empezarlas), comunicarse en amplias distancias, entre una lista interminable de cosas. Sin la imaginación, el ser humano no avanzaría jamás, como si el tiempo se hubiera detenido.

Los efectos fisiológicos de la imaginación

La imaginación puede influir en la fisiología. Mediante ella, puedes inducir cambios en numerosas funciones de tu organismo que por lo general suelen ser inaccesibles a la influencia consciente.

Por ejemplo, si alguien te dice que levantes la mano, puedes hacerlo de inmediato si lo deseas. No obstante, si te dicen que aumentes los latidos de tu corazón no te será tan fácil hacerlo; al menos mientras no intervenga tu imaginación.

Trata ahora de imaginar, de la forma más realista posible, que te han encerrado en un pozo que se llena de agua cada vez más. En el techo del pozo hay una puerta cerrada que empiezas a golpear con desesperación, cada vez con más fuerza, con más rapidez, tratando de romper a toda costa para salvar tu vida. Probablemente, después de este ejercicio de imaginación guiada, hayas logrado aumentar tu frecuencia cardiaca. O bien, piensa en tu comida favorita (tal vez un dulce), e imagina cómo te lo comes con todo detalle, tratando de sentir su sabor, su textura, etc. No sería extraño que comenzaras a salivar. Sin embargo, seguramente no podrías salivar sólo con pensar "voy a salivar", sin recurrir a la imaginación.

Pero, ¿por qué puedes mover tu mano voluntariamente pero no puedes salivar o modificar tu frecuencia cardiaca a voluntad? Porque los músculos de tu mano están controlados por el sistema nervioso central (SNC), y la frecuencia cardiaca o salivación son respuestas controladas por el sistema nervioso autónomo (SNA). El SNA controla funciones fisiológicas que no están bajo el control consciente. Este sistema no responde ante pensamientos ordinarios como "¡Corazón, late más despacio!", pero sí ante la imaginación.

Si tu mente está llena de pensamientos e imágenes de peligro, tu cuerpo se preparará para afrontar ese peligro, iniciando una respuesta de estrés, un elevado nivel de activación y tensión. En cambio, si tu mente está llena de imágenes de paz y tranquilidad, enviará a tu cuerpo señales para que se relaje.

Los investigadores han demostrado como la imaginación puede afectar a la frecuencia cardiaca, la presión sanguínea, el consumo de oxígeno, las ondas cerebrales, las características eléctricas de la piel, la motilidad y secreciones gastrointestinales, la excitación sexual, los niveles hormonales, los neurotransmisores o el sistema inmunitario. Pero el potencial terapéutico de la imaginación va mucho más allá de los simples efectos fisiológicos.

La imaginación como fuente de información

La imaginación puede servir también para proporcionarte información acerca de lo que te sucede. Miriam tenía un dolor de cabeza insistente, así como dolores de cuello y hombros. Utilizó la imaginación para obtener información acerca de este dolor. Para ello, cerró los ojos y trató de imaginar su dolor de cabeza, de darle alguna forma. Entonces vio cómo un enorme pie le aplastaba la cabeza, y le pisoteaba los hombros. Entonces se preguntó, "¿Quién es? ¿Quién me hace esto?" Y al mirar hacia arriba en su imaginación vio que la persona que la pisaba era ella misma. Efectivamente, Miriam era una persona con una gran tendencia a pisotearse, a despreciarse a sí misma, sobre todo durante los últimos días, en los que padeció ese dolor de cabeza de tipo opresivo y constante. Su imaginación le dijo de dónde procedía el dolor. Entonces utilizó la imaginación para superar el dolor de cabeza. Imaginó que la parte de sí misma que la pisaba se convertía en un globo, y se elevaba, totalmente ligera, librándola de la presión a la que estaba sometida. Y, por supuesto, se prometió a sí misma tratarse con más benevolencia.

Las enfermedades y los síntomas nos dicen que hay algo que marcha mal, algo que es necesario ajustar, adaptar o cambiar. La imaginación puede ayudarte a entender mejor tu enfermedad o tus síntomas y responder a su mensaje del modo más sano posible.

Por qué funciona la imaginación guiada

El cerebro está dividido en dos hemisferios; el derecho y el izquierdo. El hemisferio izquierdo es el principal responsable del lenguaje oral y escrito y piensa de un modo lógico y analítico. En cambio, el hemisferio derecho piensa con imágenes, sonidos, relaciones espaciales y emociones. El izquierdo, analiza, separando las partes, mientras que el derecho sintetiza, uniendo las partes.

La diferencia fundamental entre ambos está en el modo en que procesan la información. El hemisferio izquierdo lo hace de un modo secuencial, centrándose en una pieza de información cada vez; mientras que el derecho lo procesa simultáneamente. Por ejemplo, al ver un tren pasar, el hemisferio izquierdo lo miraría de cerca, vería un vagón, luego el otro, se centraría en diferentes partes, observaría cómo un vagón se engancha al otro, etc. El hemisferio derecho, en cambio, lo observaría desde lejos, como si lo viera desde un avión. Observaría no solo en tren, sino la vía serpenteante extendiéndose a lo largo de varios kilómetros, de dónde viene y adónde va, el bosque a su alrededor.

Esta capacidad del hemisferio derecho para ver el contexto más amplio es una de sus funciones más importantes de cara a la curación. La imagen mental que produce nos permite ver el cuadro general y los aspectos con los que una enfermedad está relacionada y en los que ni siquiera habías pensado. No ves sólo la pequeña pieza, sino cómo esa pieza se conecta con otras partes del todo. Este cambio de perspectiva puede ayudarte a buscar nuevas soluciones.

El hemisferio derecho tiene también una relación especial con las emociones. Está especializado en reconocer expresiones faciales o lenguaje corporal, por ejemplo.

Esto es importante de cara a la curación, porque las emociones suelen estar en la base de numerosos problemas y enfermedades, provocándolas, agravándolas o manteniéndolas en el tiempo. Estudios realizados en Inglaterra y Estados Unidos han encontrado que entre el 50 y el 75 % de todos los problemas presentados en un servicio de atención primaria son emocionales, sociales o familiares en su origen, aunque se están expresando mediante dolor o enfermedad1. Muchas personas no saben cómo manejar sus emociones y pueden acabar construyendo capas y capas de defensas para no sentirlas, pero las emociones intensas se acaban abriendo camino. Si no se reconocen y se manejan adecuadamente, se acaban manifestando en forma de enfermedades o dolor.

En ocasiones, los síntomas o enfermedades pueden provenir de conflictos entre ambos hemisferios, entre nuestros pensamientos y nuestras emociones. En su libro, Martin Rossman describe el caso de una mujer que había estado enferma de cáncer y había sido sometida a radioterapia y a una intervención quirúrgica. La imaginación guiada la había ayudado a soportar mejor el tratamiento del cáncer, pero aún continuaba padeciendo un dolor persistente en su espalda, al que los médicos no encontraban explicación. Utilizó una técnica de imaginación guiada que consiste en hablar con una figura sabia imaginaria llamada el consejero interior. Al hablar con esta figura descubrió que necesitaba pedir ayuda a su familia, pues durante todo el tratamiento, a pesar de su miedo, había pensado que no debía pedir ayuda ni pedir que la acompañaran a las sesiones de radioterapia porque no quería asustar a su familia. No obstante, aunque su pensamiento le decía que debía hacer una cosa, sus necesidades eran bien distintas. Es decir, su hemisferio derecho quería pedir ayuda, ser escuchada y consolada, mientras que su hemisferio izquierdo la empujaba a ser siempre fuerte, a sobrellevar la carga por sí sola para no asustar a su familia. Lo cierto es que al hablar con su consejero interior, se dio cuenta de que su marido estaría encantado de serle de ayuda y de ser incluido también en este aspecto de su vida, y que por actuar como lo había estado haciendo hasta ahora no iba a librar a su familia del miedo.

A veces, escuchamos más al hemisferio izquierdo que al derecho. La imaginación guiada nos puede ayudar a tener en cuenta también a esa otra parte de nosotros y resolver conflictos como el de la mujer de este ejemplo.

Si una persona está enferma, seguramente se ha preguntado por qué, ha estado pensando, ha consultado a médicos, quienes han hecho un análisis del caso, presentado un diagnóstico y recetado un tratamiento que tal vez no ha servido de mucho. Todo este proceso ha estado dominado por la lógica, la razón y el hemisferio izquierdo. Si tienes una enfermedad que se resiste a los tratamientos médicos convencionales, quizás ha llegado el momento de escuchar a tu hemisferio derecho, de usar tu imaginación.

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1. Rosen, G., Kleinman, A., and Katon, W. (1982), "Somatization in family practice: a biopsychosocial approach." Journal of Family Practice, 14:3, 493-502.
Stoeckle,J. D., Zola, I. K., and Davidson, G. E. (1964), "The quantity and significance of psychological distress in medical patients." Journal of Chronic Disease, 17:959.