Autora: Alejandra Palacios Banchero, Psicóloga
Se acabó… ¿Ahora qué…?
Todos hemos sentido en algún momento que hemos encontrado “nuestra media naranja”, el "amor de nuestra vida" y hemos deseado que la relación con esa persona que sentimos tan especial, dure también para siempre. Pero la experiencia y las estadísticas demuestran que el amor eterno es más una excepción que una regla.
A lo largo de nuestras vidas tendremos que enfrentarnos con alguna que otra crisis sentimental y siempre ayuda saber que no somos los únicos y que es normal pasarlo mal en esta situación.
Cuando una relación se acaba, por mucho que nos empeñemos en disimular nuestros sentimientos, el dolor que nos produce la herida, a cualquier edad, puede ser una de las experiencias más duras, más difíciles que podamos pasar.
Tristeza, apatía, cambios de comportamiento, frustración, culpa, rencor. Todos tenemos ciertos sentimientos y emociones relacionados con la ruptura. Sería preocupante no tenerlos. Son vivencias de desamor o shock sentimental que la gente suele llamar despecho.
El despecho es inevitable. Su intensidad y duración pueden variar de acuerdo a la duración del vínculo, las causas que provocaron el alejamiento, el apego de cada uno y las consecuencias de la ruptura y de la forma en que se percibe y se vive el fin de la relación.
Al inicio, la crisis es la más grave, porque no se han desarrollado todavía los mecanismos necesarios para hacer frente a la situación. Aunque hay diferencias individuales, al comienzo son las emociones las que nos dominan y vivimos la ruptura con gran tristeza y culpa. Luego sentimos rencor y es al “otro” al que vemos culpable. Culparnos o culpar al otro son dos estados que pueden irse alternando mientras no vemos la realidad tal como es.
El despecho es como el dolor de una herida que tiene que cicatrizar
En el despecho, los sentimientos y emociones que conllevan las rupturas al igual que las circunstancias que las rodean son muy semejantes a las que se experimentan con la pérdida de un ser querido. Por muy doloroso que sea, es un fenómeno normal con una evolución y sus fases. Es un período denominado duelo, en el cual uno tiene que adaptarse a vivir y a ser feliz de nuevo sin la persona amada.
Ante la pérdida sentimos que nuestro mundo, nuestra vida, se transforma, ya nada es igual. Nuestros sentimientos tienden a determinar nuestro humor, nuestras actitudes y nuestras decisiones. Nos sentimos inmersos en un laberinto de confusión y angustia que pareciera no tener fin. Hay momentos en que nos sentimos mejor, pero llegan otros momentos en que vuelve la angustia y la tristeza.
Podemos sentir aturdimiento, represión, soledad, frustración, pánico, rabia, culpa, alivio, apatía, intranquilidad, cambios de humor, paralizamos nuestras actividades, desarrollamos la esperanza de una reconciliación o de una satisfacción. Sentimos desorganización y desesperación por la pérdida sufrida. Tenemos síntomas de estrés como fatiga, insomnio, dolor de cabeza, pesadillas, problemas en el estómago, sensación de un nudo en la garganta. Desinterés, falta de concentración, no se para de hacer algo, apatía, imágenes que de pronto vienen a la mente sin quererlo, sin que nos demos cuenta y crean intranquilidad y angustia. Tenemos la sensación de oír o ver al ser amado sin que éste esté presente, sin quererlo, sin desearlo.
Con el paso del tiempo las emociones se tranquilizan y vemos las cosas de una manera mas realista. Vamos sintiéndonos más independientes, menos tristes, menos resentidos, menos culpables y vamos encontrando nuevas formas de disfrutar.
El estrés que nos causa el despecho
La ruptura de una relación amorosa es causa de tensión y malestar. El impacto emocional que esta situación causa en el individuo crea un estrés de grandes proporciones con reacciones emocionales, físicas y de comportamiento que son esperadas y son parte de un proceso al que llamamos duelo.
Nuestra forma de reaccionar ante los conflictos, problemas, demandas, peligros y situaciones que consideramos inesperadas, sorpresivas, adversas o dolorosas, viene determinada por una aptitud innata de lucha o huida, cuando los estímulos que nos llegan son interpretados como amenazantes o estresantes. Como reacción a esta percepción, se produce en nuestro cuerpo un estado de gran tensión nerviosa.
La reacción inicial (shock) ante una situación estresante es responder con temor, con un fuerte disgusto, frustración o con la determinación de luchar contra él. Los siguientes son los síntomas más evidentes cuando nos sentimos amenazados o estresados:
Las pupilas se agrandan para mejorar la visión; el oído se agudiza; los músculos se tensan para responder al desafío; la sangre es bombeada al cerebro para aumentar la llegada de oxigeno a las células y favorecer los procesos mentales; las frecuencias cardiaca y respiratoria aumentan; la sangre se desvía preferentemente hacia la cabeza y el tronco, las extremidades y sobre todo a las manos y los pies, los que se perciben fríos y sudorosos.
Ante estos síntomas, la persona tiende a responder con más temor y frustración o a luchar contra los síntomas. Esto le crea mayor tensión y mayor malestar y sobreviene en agotamiento. Si no se libera al organismo de estos cambios ocurridos durante la fase de reconocimiento y consideración de la amenaza, el estrés se transforma en una reacción prolongada e intensa y se entra en un estado de estrés crónico que puede desencadenar serios problemas físicos y psicológicos.
El impacto emocional causado por la ruptura y la pérdida, genera en nosotros una serie de emociones y reacciones que van desde la fatiga prolongada y el agotamiento hasta dolores de cabeza, gastritis, úlceras, etc., pudiendo ocasionar incluso trastornos psicológicos.
Cuando uno se siente estresado y añade aun más estrés, los centros reguladores del cerebro tienden a hiper-reaccionar ocasionando desgaste físico, crisis del llanto, y potencialmente, depresión.
El estrés crónico puede producir: aumento de la susceptibilidad a los resfríos; riesgo de problemas cardiacos, presión arterial alta, diabetes, asma, ulceras, colitis y cáncer; aumento del azúcar en sangre, colesterol y liberación de ácidos grasos en la sangre; aumentan los niveles de corticoides; disminuye el riego sanguíneo periférico, disminuye el sistema digestivo.
Con frecuencia el estrés se asocia a trastornos psicológicos como la ansiedad y la depresión. También produce incapacidad para tomar decisiones, sensación de confusión, incapacidad para concentrarse, dificultad para dirigir la atención, desorientación, olvidos frecuentes, bloqueos mentales entre otros.
Debemos prevenir entonces, el agotamiento y la enfermedad que nos podría causar el estrés ante una ruptura, una separación. En esos momentos tan críticos, no te alarmes, no te desesperes, no aumentes más tensión a tu organismo. Acepta las reacciones y cambios que estas experimentando. Son reacciones normales de tu organismo a una situación que sientes amenazante --“sobrevivir al fin de una relación”. Tranquilízate, son reacciones pasajeras que con tiempo y descanso irán desapareciendo. Relájate. Mantén una conversación interna contigo mismo. Dile a cada músculo, a cada parte de tu cuerpo que se relajen. Recuéstate, cierra los ojos y toma un breve descanso. Ten paciencia y espera unos cuantos días para que tu organismo se recupere y los síntomas desaparezcan.
El duelo por la pérdida de la relación
La ruptura de una relación sentimental es un proceso doloroso que produce en nosotros reacciones a nivel físico, emocional, mental, espiritual y social. Tiene su inicio y su fin y es vivido de manera similar en todos nosotros. Este proceso, llamado duelo, pasa por diferentes fases o etapas que necesariamente tienen que fluir para superar todas esas emociones, sensaciones y reacciones que nos causa el despecho.
Schock, negación, pena, tristeza, adjudicación de la culpa, resignación, reconstrucción y resolución, son fases de este proceso que detallamos a continuación:
1. Fase de insensibilidad o shock. Negación, parálisis
Cuando sobreviene la ruptura, nos paralizamos. La mente bloquea la realidad y tenemos la impresión de que no es verdad lo que nos está sucediendo. Se tiene la sensación y el pensamiento de que todo es un sueño o una pesadilla y se desea despertar. Uno siente que no puede o no quiere aceptar la ruptura y nos desentendemos de la situación por un breve período de tiempo — pueden ser horas o semanas — con algunas interrupciones o con episodios de tristeza o cólera.
En este estado, incapaces de manejar adecuadamente nuestras emociones por el dolor que nos causa la herida, nos sentimos desorientados. Podemos reaccionar inadecuadamente a las situaciones, mostrarnos impacientes y poco tolerantes, tener explosiones de carácter, llanto o aislamos o alejamos de la vida social.
Nuestras emociones se manifiestan sin contacto real con lo que nos rodea y no se está en condiciones de tomar decisiones importantes. Vivimos, nos movemos, seguimos nuestra rutina diaria, nuestro estilo de vida en forma automática, pero con ansiedad y temor.
2. Fase de anhelo y búsqueda de la persona amada. Protesta, ilusión y esperanza
Al cabo de un tiempo, empezamos a enfrentar la realidad, aunque sea por momentos, pero no la aceptamos pues el desconcierto es profundo. Anhelamos que la persona vuelva y nos negamos a aceptar que la ruptura o la pérdida durarán. “Esto no me está sucediendo… va a volver… se le va a pasar… es solo una rabieta… es mentira… ya volverá…”, son pensamientos que surgen como mecanismo de autoprotección.
Es una fase de protesta en la que se puede realizar esfuerzos intensos por mantener contacto con el ser amado. Buscamos formas y acciones para restablecer la relación, y nos sentimos ansiosos, esperanzados. Sentimos anhelo, incredulidad no queremos aceptar la realidad.
Enfrentar la realidad no es fácil, nos lleva algún tiempo e implica no sólo la aceptación razonable del hecho, sino también su aceptación emocional. Podemos ser intelectualmente conscientes de la ruptura mucho antes que las emociones nos permitan aceptar plenamente que ésta ocurrió.
3. Fase de Frustración y desamparo. Enojo y culpa
Comienza cuando la negación empieza a decaer y vamos aceptando que la ruptura ocurrió y que no podemos hacer nada para recuperar lo perdido.
Al empezar a afrontar la realidad, surge también la culpa. Se recuerda, con resentimiento, las cosas que se hicieron con el ser amado cuando aún estaban juntos. Se idealiza el pasado y se culpa y responsabiliza a uno mismo, al otro, a las circunstancias, a otras personas, por faltas, asuntos no terminados o errores que se cometieron. Nos sentimos enojados, molestos con nosotros mismos, con el otro y con los demás. Todo nos fastidia, todo nos molesta.
No todas las personas expresan el enojo o la rabia de la misma manera. Algunos podrán expresar sus emociones a personas de su confianza y así lograr manejar adecuadamente sus emociones, otros se sumirán en la tristeza, la depresión y hasta la desesperación, otros podrán reaccionar sin control y violencia, otros podrán reprimirla y manifestar síntomas más graves de estrés.
Si el enojo no se ventila y se expresa verbalmente, la culpa puede obstruir la expresión del enojo y transformarse en ira reprimida con consecuencias en la salud física y mental de la persona, perjudicando además sus relaciones con otras personas.
4. Fase de desorganización, desesperanza y desespero. Conciencia de pérdida y soledad
Durante esta fase, el dolor que se sufre es el más profundo. La persona encuentra difícil funcionar en su medio sin el otro y comienza a sentir una gran desorganización.
El impacto de la ruptura se torna en una realidad constante. El sentimiento de pérdida se apodera del ánimo del despechado. La realidad llega a ser abrumadora y se acentúa cada vez que los detalles cotidianos traen el recuerdo de la persona amada. Algo está ausente, algo falta... El enfrentamiento con la realidad nos crea sentimientos de pérdida y de soledad.
Durante esta fase, sentimos que es difícil vivir, actuar como lo hacíamos antes, funcionar en nuestro medio sin la otra persona y comenzamos a sentir una gran desorganización. Nos sentimos enfermos, confundidos, culpables por la ruptura o las circunstancias por las que sucedió la separación. Nos sentimos incapaces de funcionar como lo hacíamos antes. Soñamos con la persona amada, presentamos olvidos frecuentes, nos sentimos amargados, frustrados, reaccionamos con hostilidad. Nos aislamos, tratamos de evitar cosas, lugares, personas que nos hagan recordar a la otra persona. Presentamos trastornos del sueño, trastornos en la alimentación. Podemos presentar crisis de llanto, malestar corporal, depresión. Nada nos emociona, nada nos gusta, nada nos conmueve.
Vivimos además una gran variedad de emociones: tristeza, rabia, odio, culpa, ansiedad, impotencia, miedo e inclusive alivio o tranquilidad o deseos de venganza, de hacer algo para que la otra persona sienta lo que estamos sintiendo. Sentimos celos, desconfianza, inseguridad, faltos de valor, sentimientos de inferioridad. Nuestra autoestima baja y no sentimos que no somos nada ni nadie. Pensamos que no podremos vivir sin la otra persona. Es el enojo que surge por el sentimiento de frustración y desamparo que nos está causando el despecho.
Esta fase es peligrosa para el que sufre. Anhela llenar el vacío que siente. Se olvidan las faltas o defectos de la persona amada y se le atribuyen cualidades excepcionales. El peligro se da cuando el doliente transfiere esas cualidades a otra persona o cree que nunca encontrará otra persona como la que perdió.
Es necesario hacer fluir sanamente el dolor de la ruptura enfrentándola tal como se da, para así recobrarnos de la pérdida y de la soledad sin paralizarnos, sin reemplazar, sin generalizar, evadir o luchar contra el proceso.
5. Fase de conducta reorganizada. Alivio y restablecimiento
A medida que vamos fortaleciéndonos y restableciéndonos de la pérdida, volvemos a darle sentido a nuestra vida, vemos el futuro con más confianza y seguridad en nosotros mismos, gozamos más el presente. El recuerdo de la persona y de la ruptura se va haciendo menos doloroso.
Esta etapa se va desarrollando lentamente, mientras vamos aprendiendo a manejar nuestros sentimientos y emociones. Vamos sintiendo alivio al ir deshaciéndonos de la culpa y del enojo y vemos la ruptura, la situación tal como sucedió en realidad.
Empezamos a organizar nuestra vida, a sentirnos más cómodos viviendo, moviéndonos sin la otra persona (¡Estamos viviendo nuestra vida sin el otro y seguimos viviendo!). Con esto no estamos renunciando al recuerdo, estamos colocando a la persona en el lugar adecuado en nuestra memoria. Enfrentamos la realidad y continuamos viviendo de manera eficaz en este mundo.
El duelo, aunque nos disguste, debemos vivirlo. Es como la herida que si no se lava, se cura o se sana a medias va a presentar complicaciones y problemas en el futuro. Debemos dejar que el proceso fluya.
Nunca borraremos de nuestra memoria a la persona que ha estado cerca de nosotros, de nuestra historia. Se trata de encontrarle un lugar adecuado en nuestros sentimientos y abrirnos hacia los otros, hacia un mundo lleno de oportunidades y esperanzas.
La ruptura, la separación, el duelo, no se supera, uno se recupera y esto molesta de vez en cuando, como lo hace cualquier herida. Sin embargo habremos aprendido de la experiencia. A vivir sin la angustia, sin la culpa, sin el enojo, con nuestra realidad, nuestra personalidad, nuestros recursos, nuestro sentido de la vida, para nuevamente amar y ser amados.
Cuando el dolor no se procesa
Ante la ruptura de una relación es imprescindible normalizar nuestra vida lo antes posible y evitar desarrollar pautas de conducta destructivas que el común de la gente emplea como paliativo para mitigar su pena.
Se intenta escapar del dolor aferrándonos a fantasías que poco o nada tienen que ver con la realidad y posponemos el momento en que tendremos que enfrentemos a esa “profunda sensación de fracaso e insuficiencia” y al “sentido de pérdida”, que es parte del proceso que tenemos que vivir.
Ilusionarnos o tener fantasías es hasta cierto punto normal y su contenido variará según cual haya sido nuestro papel tanto durante la relación, como en la ruptura: rechazado o rechazador.
Nuestra mente muchas veces nos juega malas pasadas y construimos una imagen de nosotros mismos y de la otra persona que no se ajusta a los hechos, a las circunstancias, a la vida que lleváramos con esa persona y a los motivos de la ruptura. La idealizamos, la desmerecemos, culpamos a otros de la situación, nos culpamos a nosotros mismos y con esa culpa vivimos infelices añorando algo que ya se perdió y que probablemente nunca se recupere.
Muchos toman posturas extremas a la hora de asignar culpas. Unos se asumen culpables de todo, de lo que se ha hecho y de lo que les han hecho o han dejado de hacer. Otros no asumen responsabilidades y consideran que toda la culpa la tiene el otro, asumiendo ser una pobre víctima de las circunstancias. Se suele además descalificar a la otra persona pensando que así podrás recuperarse de la crisis que estás atravesando.
Engañarnos a nosotros mismos y utilizar cualquier mecanismo que nos aleje de la realidad retrasará nuestro proceso de “curación”, ya que si bien en un momento podremos “consolarnos” con este tipo de engaño, en nuestro interior siempre se revelará la parte de nosotros que conoce la verdad.
Si pensamos que la soledad, el alcohol o las drogas, huir a otro lugar, consolarnos con relaciones accidentales, nos pueden aliviar, estamos muy equivocados. No nos ayudarán, nos enfermaremos y tendremos mayores problemas. El alcohol y las drogas nos alejan de la realidad, nos hunden y nos enferman. La soledad deprime, nos aparta de otras personas que nos quieren y se preocupan de nosotros y también enferma.
Entablar una nueva relación prematuramente, sin haber resuelto el duelo no es saludable ni para ti ni para la otra persona. “Un clavo no saca a otro clavo”, Es probable que cada vez que te sientas “enamorado” en realidad estarás “necesitado”. En lugar de enfrentar el dolor, estarás buscando a una persona que te cuide o te acompañe para que el tiempo pase más rápido y no estar solo, pero no a una pareja.
No es tampoco una solución aislarse, huir y dejarlo todo. El dolor lo llevamos por dentro, nos seguirá a donde vayamos y eso nadie lo puede cambiar.
Algunos se torturan escuchando música o contemplando objetos, lugares que insistentemente les hacen recordar a la otra persona, sin darse oportunidad para afrontar la realidad y vivir su dolor con dignidad.
Otros reaccionan imponiéndose, tratando por todos los medios de lograr que se reanude la relación. La violencia, el chantaje, la manipulación, no conduce a nada. Nos hace vivir un infierno, nos trae graves problemas. Este comportamiento genera odio, resentimiento, enfermedad.
Si los sentimientos de fracaso e insuficiencia se apoderan de nosotros, es importante recordar que somos responsables de nuestra propia conducta y que no podemos cambiar la conducta de la pareja, a menos que ésta quiera. Tu única preocupación deberán ser los cambios que tu necesitas hacer en tu vida. El amor no se obliga. Es más saludable vivir nuestro duelo, nuestro despecho y salir adelante sin rencor, sin culpa. Perdonando y olvidando. Viviendo y dejando vivir.
Qué hacer para superarlo
No todas las personas reaccionan igual ante la ruptura amorosa. Pensar que nuestro mundo se ha vuelto confuso e inseguro, que tenemos sentimientos y emociones encontradas, que sentimos rabia, cólera y tristeza a la vez, es normal en estas circunstancias.
Deja que tus emociones fluyan, acéptalas, son propias del duelo. La rabia, la cólera, la tristeza, el desconcierto, la impotencia, son emociones naturales que así como aparecen también se agotan y desaparecen. Todos la sufrimos. Son parte de nuestro dolor. Si te opones a ellas van a aparecer con más intensidad y el dolor será más agudo, no lo podrás soportar y enfermarás.
No des paso a la ira, si estás muy cargado de rabia, de rencor, golpea un colchón o un cojín, un muñeco, grita, insulta con todas tus fuerzas, siempre y cuando estés a solas y no lo hagas para herir o agredir a alguien. No tienes derecho a hacerlo.
La violencia, la manipulación, el querer imponer una situación o dirigir tu rencor, tu hostilidad hacia otras personas inocentes, crea problemas, causa tristeza y dolor en quien no lo merece. Terminas solo, frustrado, con un dolor más intenso, más insoportable … la tristeza y la cólera permanecerán sin superarse y la culpa se incrementará por tu actuación.
Comparte tu dolor con libertad y amor. Pon tu confianza en familiares, en amigos de confianza, en personas que te escuchen, te comprendan y te apoyen. Disimular nuestro dolor no es bueno. No permite la comunicación con otros que nos pueden acompañar y aliviar nuestro dolor.
Revive la experiencia de la ruptura, de la separación, de tu despecho, esto facilitará tu recuperación. Duelo que no se habla es duelo que no cicatriza. Busca a la gente, no esperes que ellos te busquen a ti. Recobra o crea un círculo social y mantente ocupado en actividades que requieran esfuerzo físico.
Para facilitar el proceso de duelo, no busques a tu ex pareja, rompe contacto con ella, al menos por un tiempo. No dejes que los demás te vengan con comentarios o chismes.
Recordando los hechos y circunstancias de la ruptura y nuestra vida con la ex pareja podrán venir a nuestra memoria los detalles y las cosas que realmente pasaron. Esto nos permitirá traer a nuestra memoria a la otra persona, a la relación, sin culpa ni rabia.
Comienza a asumir el control de tu vida, realiza los cambios necesarios para recuperarte, para recuperar tu realidad, para levantar tu autoestima, tu personalidad, para darle un nuevo sentido a tu vida.
Busca tu bienestar físico y psicológico: esfuérzate por dormir bien, comer y trabajar bien; mantener relaciones sociales saludables, dominar o retomar alguna actividad o tarea que te haga sentir útil y bien , dale sentido y pertenencia a tu vida, mantén el control de tu propio destino, siente satisfacción de ti mismo y de tu propia existencia.
No dudes en buscar ayuda profesional si crees que no puedes manejar la situación o lo necesitas. En la terapia se brinda ayuda solidaria para lograr una mejor comprensión y aceptación de nosotros mismos y cambiar nuestras actitudes hacia nosotros, hacia los demás y hacia el mundo en general.
"El sentirse devaluado e indeseable
es, en la mayoría de los casos,
la base de los problemas humanos”
C. Rogers
Librarse de la culpa o el rencor
El despecho es el shock, el dolor por la herida que nos causa la ruptura o la separación del ser amado. En toda situación adversa que causa pena y dolor, están presentes tres elementos:
- La herida o daño o perjuicio causado por la ruptura o separación.
- La deuda, dolor o sentimientos (ira, frustración, amargura, odio, rencor, culpa, despecho) que acompañan el recuerdo de la experiencia y que nos engancha emocionalmente al que nos causó la herida.
- La cancelación o anulación de la deuda o liberación, que deviene de la satisfacción, reparación, reconciliación, devolución o el olvido y el perdón.
No son los hechos los que nos hacen sufrir sino el significado que le damos a los acontecimientos. Es el cómo percibimos, vemos, oímos y sentimos la experiencia de la ruptura y la separación y cómo esta se grava en nuestra memoria. El recuerdo ligado a las emociones que hacen que emerjan todos esos sentimientos y que se reflejan en nuestras reacciones corporales y en nuestra conducta es lo que nos hace sufrir y nos “engancha” a la situación y a esa persona que es hoy la causa de tantos sentimientos encontrados, pues unas veces la amamos y otras la odiamos, unas veces la culpamos y otras nos culpamos.
Buscar explicaciones, una satisfacción, reparación, o la reconciliación inmediata es con frecuencia imposible (o se tarda demasiado o nunca se logra). La herida permanece abierta, nuestro dolor no se cura y nos convertimos en personas angustiadas, frustradas, amargadas y malhumoradas
Para liberarnos de la pesada carga del recuerdo que lastima y limita debemos primero olvidar y luego perdonar. Olvidar es una de las funciones de la memoria que nos permite liberar de nuestra conciencia, el dolor que acompaña las experiencias penosas. El tiempo para olvidar es muy personal y es involuntario. No se pueden cambiar los hechos, pero si la experiencia de los mismos. Es decir, podemos esforzarnos por transformar el recuerdo y acelerar el proceso del olvido.
Transformar el recuerdo significa recordar y contemplar los hechos a distancia, neutralizando las emociones, colocándonos inclusive, en el lugar de la otra persona, sin juzgar, sin criticar, sin comparar, sin compadecerse, sin pena ni culpas, eliminando toda emoción anidada en nuestro recuerdo y que ha determinado la forma como hemos percibido la experiencia, para así estar en capacidad de perdonar.
Perdonar es liberar de la deuda o neutralizar (olvidar) las emociones ligadas al recuerdo de la experiencia o de aquel que nos causó el dolor. Sin embargo, el perdonar no borra el daño, no exime de responsabilidad al ofensor, ni niega el derecho a hacer justicia a la persona que ha sido herida. Perdonar es un proceso complejo que solo nosotros mismos podemos hacer.
Perdonar es, en primer lugar, reconocer nuestros errores y perdonarnos a nosotros mismos. Esto es, aceptar lo que no podemos cambiar, cambiar lo que podemos y aprender a establecer diferencias, sin remordimientos, sin culpas, sin odios ni rencores.
Perdonar es buscar la solución a los conflictos, apartando de nosotros, todo sentimiento negativo como el rencor, odio, culpa, rechazo, deseos de venganza, pues son sentimientos inútiles que esclavizan y crean mayor frustración, mayor desesperanza.
Cuando no perdonamos no tenemos alegría ni paz. Nos volvemos impacientes, poco amables, nos enojamos fácilmente causando rivalidades, divisiones, partidismos, envidias.
Sugerencias que podrían ayudarte a sentirte mejor
- Analiza tus pensamientos, tus ideas, tus emociones y tu comportamiento. Vive de realidades. No te refugies en ideas o fantasías, pues retrasas el proceso de duelo y te causa más angustia y depresión.
- Deshecha los pensamientos y recuerdos intrusos. Cuando estos aparezcan trata de distraer tu mente en alguna actividad que te distraiga.
- No te exijas más de lo que puedas dar.
- Cuida tu alimentación. El tabaco, café y alcohol potencian el estrés
- Intenta dormir bien. Relájate con un baño de agua caliente, ejercicios físicos, alguna actividad que te permita descargar tus tensiones.
- Habla, di lo que sientes, lo que piensas, saca afuera todo lo que tienes dentro, esa hostilidad que no te deja estar en paz contigo mismo ni con los demás. Cuanto antes mejor. Aprenda a contar lo que te pasa. Duelo que no se habla, duelo que no cicatriza.
- Practica el optimismo.
- Aprenda a decir que NO cuando algo no te gusta o no te conviene.
- Ríe más. El humor es una de las mejores formas de alejar el estrés y estimula la producción de una sustancia similar a las hormonas reductoras del estrés que se liberan a través del ejercicio.
- No seas perfeccionista. No dejes que tu anhelo de perfección y el temor al fracaso te paralicen de ansiedad.
- Controla tu mal humor. La gente que se disgusta en silencio corre aún mayor riesgo.
- No pospongas, cuando algo deba ser hecho, hazlo de inmediato.
- No generalices. No hagas comparaciones inútiles. Toda persona, toda situación es diferente por más similitudes que le quieras encontrar. La memoria y la imaginación nos causan malas pasadas.
- Te pueden sobrevenir sentimientos de inferioridad, sentir que no vales nada y por ello sentirte inseguro, hostil, malhumorado, desesperanzado. Levanta tu autoestima, reconoce tu valer. Tienes todo un futuro por delante, no dejes que el dolor, el pesar te hundan en la tristeza y la desolación.
- Evita buscar culpables. Esto crea odio y resentimiento. Acepta la realidad y los hechos tal como sucedieron.
- Deja de sentirte culpable. El remordimiento y la culpa te crean angustia y desesperación y no te conduce a nada. La culpa es una de las emociones humanas más inútiles.
- Tampoco guardes rencor. El rencor te amarga, te mortifica. Perdona y olvida.
- Domina tus deseos de venganza y elimínalos de tu mente. Afronta la realidad, Fíjate metas y objetivos reales a corto plazo y utiliza todas tus energías y recursos para alcanzarlos.
- Escoge tus luchas cuidadosamente. Preocúpate de las cosas que puedes controlar, no de aquellas que escapan de tus manos.
- Sé fiel a tus sueños y esperanzas.
- Haz ejercicios, te conviene. Aprende a jugar, utiliza técnicas de relajación, imaginería, meditación, convierte tus quehaceres en juegos.
- Busca algún pasatiempo. Realiza alguna actividad que te guste. Aprende algo nuevo. Intenta arreglar cosas en casa o construye algo.
- No te aísles. Comparte más tiempo con tus familiares, con tus amigos. Ten presente que la soledad trae amargura y depresión.