Autora: Ana Muñoz
Consulta: Era el año 2014. Sentí, “de la nada” y bruscamente, como si algo dentro de mí se hubiese quebrado. Mis ganas para realizar mis actividades cotidianas se vinieron abajo, y sentía que lo que hacía ya no me interesaba. Veo entonces que mis energías para cada día, disminuyeron, y aún las cosas más sencillas se me dificultaban; había perdido interés en la mayoría de las cosas que llevaba a cabo; pero aún así seguía cumpliendo con mis deberes, aunque sin ganas ni motivación. Lo curioso es que nada externo negativo me estaba sucediendo, no sé por qué ese cambio tan drástico sucedió en mí de pronto. A partir del mes de septiembre ingresé al primer año de universidad; continuaba teniendo momentos donde me sentía bien, pero empezó a predominar la tristeza, aunque ésta no era intensa. Después, los pocos momentos de alegría, momentos agradables, o satisfactorios, desaparecieron. Ya en ningún momento me sentía bien, lo que no cambió es que dicha tristeza seguía siendo leve.
Después, año 2015: seguía con un estado de ánimo bajo; en ese periodo sí hubo un fuerte cambio: ahora la tristeza era mayor, mucho mayor que lo anterior que había vivido, y había días en que no realizaba mis actividades diarias: a veces faltaba a clases, me descuidé en muchos aspectos, y ya no sentía ganas de relacionarme con mis amigos, ni con las personas que apreciaba, me sentía fuertemente deprimida, mis calificaciones eran las peores de todo el grupo, y eso es un cambio realmente drástico debido a que antes de iniciar con todo esto que he descrito desde el inicio, era una excelente estudiante. Se terminó también la relación de pareja que en aquél entonces tenía debido a mis descuidos y falta de interés.
Mismo año (2015). Una fecha que quizá nunca olvidaré. Aquí inicia el cambio más curioso de todos: del 6 de octubre hacia atrás, como lo he descrito, estaba sumida en una profunda tristeza. Pero sucede de pronto, como por arte de magia, que el 7 de octubre, desde la mañana en que desperté, ¡me sentía el Ser más feliz de todos! Sí, de un día para otro. Desperté ese día y me sentía altamente feliz… y todo me daba me risa. Sentía una levedad extrema, donde definitivamente ya nada, NADA me preocupaba, y el pensamiento inicial fue que NADA ERA IMPORTANTE. Definitivamente fue sorprendente: no podía creer que al día anterior me hubiese sentido muy triste, es decir, era todo ya muy diferente. Sonreía mucho, las cosas por las que anteriormente me preocupaba ahora me parecían nimiedades. La existencia en sí me pareció absurda. La vida perdió sentido. Empecé también a notar que había llegado a mí algo que había esfumado cualquier rasgo de emoción y sentimientos; nada sentía. Las cosas ya no me gustaban ni me disgustaban: ni satisfacción ni insatisfacción. Ni sentimiento de desgracia, ni de felicidad, ni alegría, ni tristeza. Ni momento agradable ni desagradable. Todo carecía de importancia. En esos días me desinhibí mucho: me relacionaba más con las personas, le sacaba plática a cualquier persona que me pareciera interesante sin conocerla, sin importarme qué pensara, (cosa que antes nunca habría hecho, pues predomina normalmente la introversión en mí). Me expresaba muy bien, y decía sin pena lo que pensaba. Me sentía libre y lejana a cualquier tipo de miedo; simplemente sentía que había perdido todo aquello que alguna vez me había atado. Cambió incluso mi perspectiva respecto a muchos pensamientos antiguos: se me había borrado la línea que dividía al mal y al bien, veía la vida totalmente diferente. Comencé a sentirme como una espectadora de mí misma. Sucedían externamente cosas agradables para otros, o cosas que en otro tiempo me hubiesen conmocionado, pero yo ya no sentía nada. Mis ideas, mis pensamientos, eran como un flujo enorme que no podía detenerse: el pensamiento acelerado que fluía y fluía me hizo entonces llenar un cuaderno de 200 hojas en solo 5 meses. Esto comenzó en octubre de 2015, y para los días de noviembre ya se había vuelto tremendamente desesperante dicho estado. Además del cambio de pensamientos, otros cambios es que ahora descuidaba aún más mis quehaceres, porque en pocas palabras, TODO me valía. Ya no me importaba mi familia, ni la carrera universitaria (iba solo algunos días), ni mis amigos, ni yo misma. Había ocasiones en que solo me quedaba tirada en cama, pensando en el absurdo y la vaciedad de todo cuanto existe y ni siquiera sentía fuerza para levantarme a comer o hacer otras cosas vitales; ya ni siquiera me importaba asearme, y no dormía bien. Tuve ataques intensos de desesperación: en uno de ellos intenté acabar con mi vida. Comenzaba a crecer la idea de que solo quería desaparecer. Las ideas de suicidio aumentaban.
A partir de marzo de este año 2016 comencé a sentir nuevamente… pero, pura tristeza. Me sentía desprotegida de aquel caparazón anterior que me había mantenido alejada del estado de ánimo deprimido. Volvía a sentirme en un oscuro hoyo… De febrero a mediados de abril estaba muy deprimida y por las noches un terrible miedo y una gran angustia llegaban a mí. Además dormía muy poco, o en algunas ocasiones en exceso. Pensaba como nunca antes en matarme, e ideaba diferentes formas de hacerlo. Actualmente sigo sintiendo que estoy en la oscuridad.
Respuesta: En primer lugar, creo que es importante que vayas al médico para descartar cualquier enfermedad física que pueda estar causando estos cambios en tu estado de ánimo. Un análisis completo, incluyendo los niveles de hormonas, como las tiroideas, puede ser de mucha utilidad para saber si es un problema médico. Por tanto, procura que te hagan una revisión lo más completa posible.
Después, te aconsejo que acudas a un buen profesional de la salud mental, ya sea psicólogo o psiquiatra. El psicólogo no va a utilizar tratamiento farmacológico, sino tan solo psicoterapia, mientras que el psiquiatra debería (si es un buen profesional) usar también psicoterapia, como tratamiento principal, y recurrir a los psicofármacos cuando fuese necesario y solo de manera temporal, como apoyo. La psicoterapia debe ser siempre el tratamiento predominante en cualquier trastorno, ya se trate de una fobia simple o de una esquizofrenia. Encontrar un buen profesional es, a menudo difícil, y puede que tengas que hablar con unos cuantos antes de encontrar a alguno que sea competente.
Lo que debería hacer el psicólogo o psiquiatra es, en primer lugar, una evaluación para determinar lo que te sucede. Para ello, hablará contigo y te hará una serie de preguntas. Luego utilizará instrumentos de evaluación, como cuestionarios o test psicológicos. Si lo considera necesario, podría también hablar con alguna persona de tu entorno (amigo cercano o familiar) para saber cómo te ven los demás desde fuera y tener más información. Esto puede requerir dos o tres sesiones. Después, hará un diagnóstico y, en base a dicho diagnóstico, elaborará un plan de tratamiento. Ten en cuenta esto para encontrar a un profesional competente.
Por lo que comentas, parece tratarse de un trastorno del estado de ánimo, tal vez un trastorno bipolar. Pero, como comentaba antes, hace falta una evaluación más amplia para poder determinar el diagnóstico apropiado, sin olvidar que hay que descartar antes un trastorno médico. No obstante, nunca está de más leer sobre este tipo de trastornos para informarte.
También es muy importante que cuides bien de ti misma y te alimentes bien. El cuerpo es capaz de curarse por sí mismo, tanto a nivel físico como emocional, pero para hacerlo necesita sus “herramientas de trabajo”; es decir, los nutrientes (vitaminas, minerales, aminoácidos…). Las deficiencias de ciertos nutrientes, las alergias alimenticias, la presencia de sustancias químicas, etc., afectan tanto al cuerpo como a la mente de las personas. Por tanto, procura alimentarte bien y toma un complejo vitamínico o acude también (además del psicólogo) a un médico naturista para asegurarte de que tu cuerpo esté lo más sano posible y sea, por tanto, más capaz de sanarse o recuperar el equilibrio por sí mismo.
También deberás esforzarte y empujarte a ti misma para tratar de llevar una vida lo más normal posible a pesar de ese estado de ánimo negativo. Esto no es nada fácil. Para hacerlo un poco más fácil, trata de simplificar tu vida todo lo posible. Después, intenta programar tus días con lo mínimo imprescindible: levantarte a una hora determinada, hacer ciertas tareas básicas, dedicar tiempo a actividades que te hagan sentir bien y dedicar un rato a algunas obligaciones o responsabilidades. Aunque rindas al mínimo y hagas lo mínimo, es mejor que dejarte llevar por esa oscuridad y no hacer nada. Te sorprenderá comprobar lo mucho que puedes hacer a pesar de sentirte hundida. No te subestimes en este aspecto. Aún sumida en la oscuridad, puedes sacar fuerzas para hacer lo necesario (o lo mínimo) como para mantener tu vida a flote mientras te recuperas.