Autora: Ana Muñoz

En muchas ocasiones es muy difícil o demasiado doloroso comunicar con palabras determinados conflictos, sentimientos o traumas del pasado. Otras veces no se encuentran las palabras apropiadas; quizás se trate de un estado interno desagradable, una angustia que no se sabe con certeza de dónde viene, una sensación de desasosiego, de insatisfacción, temor, incertidumbre... o una amalgama de sentimientos confusos cuya expresión resulta sumamente complicada. Pero es muy difícil llegar a sanar esas viejas "heridas del alma" si se mantienen ocultas, sin prestarles atención, tratando de correr un tupido velo sobre ellas. Cualquier conflicto de tipo psicológico sólo puede resolverse de forma efectiva trabajando en él, sacando por completo a la conciencia sus aspectos más escondidos y dolorosos; los mismos que quedan atrapados en algún lugar de nuestra mente luchando por salir mientras gastamos una gran cantidad de energía en mantenerlos a raya para no saber nada de ellos ni del dolor que pueden llegar a provocar. Sin embargo, esto apenas se consigue, pues esos contenidos que necesitan ser elaborados aparecen cada vez que tienen ocasión, a través de los sueños, en las pesadillas, en problemas físicos como dolores, cansancio o tantos otros, o en forma de una sensación de malestar casi inefable. Pero no es aconsejable empujar a una persona a tratar dichos conflictos o traumas si no se siente preparada, así como tampoco es aconsejable provocarle un sufrimiento innecesario al hacerle recordar acontecimientos tan dolorosos. ¿Qué hacer, entonces, en estos casos? A veces el tiempo es suficiente para conseguir la fuerza necesaria para empezar a hacer frente a los problemas, pero en otras ocasiones podemos recurrir a una forma más suave y sencilla de hacerlo: el arte.

El ser humano ha usado el arte como modo de expresión antes incluso de que apareciera el lenguaje verbal. Los chamanes de antiguas culturas africanas y americanas lo han utilizado en rituales de curación y los psicoterapeutas han visto el proceso artístico como una forma de expresar sentimientos y conflictos internos. La Asociación Americana de Terapia Artística la define como "una profesión que utiliza el arte, las imágenes, el proceso creativo y las respuestas del paciente/cliente ante sus creaciones como reflejos del desarrollo, habilidades, personalidad, intereses, preocupaciones y conflictos del individuo".

Su práctica se basa en el conocimiento de las técnicas psicológicas y se trata de un modo de "reconciliar problemas emocionales, fomentar la autoconciencia, desarrollar habilidades sociales, manejar conductas, resolver problemas, reducir la ansiedad, ayudar a orientarse hacia la realidad e incrementar la autoestima".

El arte supone una forma fácil y cómoda de bucear en el interior de nuestra psique, sacar los conflictos al exterior y manejarlos de un modo indirecto, transformándolos de manera creativa.

Pero no son sólo los artistas los que pueden valerse de esta valiosa herramienta terapéutica. Todos tenemos la capacidad de crear, lo único que tenemos que hacer es encontrar la forma más apropiada para cada uno. No se trata de hacer una genial obra de arte, ni de atenerse a determinadas reglas o normas a la hora de hacer las cosas, y tampoco es necesario que guste a los demás. Lo que importa es el simple hecho de crear, y sobre todo, de hacerlo con sinceridad, dejando que afloren nuestros sentimientos y emociones, que nuestra creación tenga significado y contenido y sea un reflejo de lo que está sucediendo en nuestro interior. Se pueden usar formas abstractas, líneas, colores, recortes para hacer colages, arcilla, plastilina, escritura, decoración del hogar, poesía, pintar, dibujar, esculpir o cualquier otra cosa que resulte agradable de hacer e implique algún tipo de proceso creativo.

Dos formas de terapia artística

Existen dos maneras de hacer este tipo de terapia: libre y estructurada. La primera consiste en dejarnos llevar y crear lo primero que aparezca en nuestra mente, sin saber si quiera qué es lo que estamos haciendo hasta que lo hemos terminado. En este caso lo que hacemos es abrir las puertas de nuestro subconsciente y dejar que afloren sus contenidos a la conciencia. También sirve para incrementar la expresión de la creatividad.

En la terapia estructurada el terapeuta le pide al paciente que haga un trabajo determinado o utilice materiales específicos, con el fin de trabajar ciertos aspectos de la problemática del individuo en cuestión o de profundizar más en ellos. Puede pedirle, por ejemplo, que haga varias máscaras que reflejen diversas facetas de su personalidad; que dibuje los sentimientos que experimenta ante una determinada enfermedad, un recuerdo importante, la propia familia, etc. El doctor Siegel, por ejemplo, le pide a sus pacientes enfermos de cáncer que creen imágenes relacionadas con su tratamiento para descubrir de este modo cuáles son sus creencias acerca de la terapia y cómo están afectando a los resultados.

Un grupo de alumnos de un taller de terapia artística de Estados Unidos llamado RAW, crean, a instancias del terapeuta, un gran cuenco con papel de aluminio. Después, les pide que metan dentro todas sus dudas, miedos, inseguridades y problemas. Luego colocan todos los cuencos en el suelo y cuando el terapeuta da la señal saltan sobre ellos y los pisotean hasta destruirlos por completo.

Una vez creada la obra, cuando ya hemos entrado en nuestro subconsciente y nos hemos traído algo de allí, es conveniente empezar a trabajar en ella de otra manera: observándola, analizándola, tratando de decir ahora con palabras lo que ya hemos dicho con imágenes y hacerlo del todo consciente en vez de dejarlo en ese lugar intermedio entre el consciente y el subconsciente en el que el arte suele situarse muchas veces. Es aquí donde la persona encargada de un taller de este tipo pasa de ser un profesor de dibujo, escultura, etc. para convertirse en el psicoterapeuta que nos guía y nos ayuda a movernos a través del complejo e intrincado mundo de nuestras imágenes y representaciones mentales.

Sin embargo, no siempre es necesaria la ayuda de un terapeuta ni la interpretación o discusión del trabajo artístico. Muchos autores defienden la creación artística como curativa en sí misma. Los niños y adolescentes suelen usar el arte de forma espontánea. Antes de aprender a hablar correctamente, un niño puede estar transmitiendo mucha información acerca de sus estados internos mediante los dibujos que realiza. Y los adolescentes pueden servirse del arte para superar esa difícil etapa en la que están descubriendo y construyendo su propia identidad. Al llegar a la edad adulta, sin embargo, sumergidos por completo en un mundo de obligaciones, horarios y responsabilidades, no es extraño que muchas personas dejen de lado completamente cualquier tipo de actividad creativa, viéndose así privados de una importante válvula de escape.

¿Cómo cura el arte?

El arte no sólo sirve para tratar problemas emocionales, sino que también ha resultado eficaz como ayuda en el tratamiento de diversas enfermedades físicas. Se ha utilizado, por ejemplo, en casos de SIDA, cáncer, traumas, separación, duelo, adicciones, retos emocionales y físicos, enfermedad mental, autismo, etc. Según los estudios realizados, el arte afecta al sistema nervioso autónomo, al equilibrio hormonal y a los neurotransmisores cerebrales. Se produce un cambio en la actitud, el estado emocional y la percepción del dolor, consiguiendo llevar a una persona desde un estado de estrés a otro de relajación y creatividad. Nos conecta con la parte más profunda de nuestra psique, donde reside el poder curativo que todos poseemos. El autista, por ejemplo, encuentra en el arte un modo indirecto de interaccionar con el terapeuta y de comunicarse.

Su creación es la grieta a través de la cual el terapeuta logra alcanzar el solitario mundo del autista, quien se siente seguro en el marco de la terapia artística: un lugar donde todo es predecible y las fronteras estás bien establecidas. Este tipo de terapia les ayuda a explorar el espacio y a desarrollar diferentes formas de representación; potencia la comunicación y les ayuda a dar forma y sentido a sus experiencias.

Posiblemente, una de las terapias más antiguas sea la danza. Los integrantes de las antiguas tribus creían en la existencia de un espíritu curativo que podía ser liberado del interior de una persona mediante la creatividad y la música. Al anochecer, los miembros de la tribu bailaban libremente alrededor del fuego, al ritmo monótono de los tambores, dejando que su cuerpo se moviese por sí solo hasta tal punto que podían desconectarse por completo y llegar a caer en un estado de trance o meditación. Más tarde, se combinó la música y el baile con una historia que contar y desde entonces el mundo entero ha bailado y cantado su alegría o su dolor y ha enfrentado sus temores a través del lenguaje de su cuerpo. El baile juega un papel muy importante en la sanación en muchos lugares de África. Las mujeres practicantes de la religión bori que sufren algún tipo de enfermedad mental son llevadas a una capilla donde aprenden, durante tres meses, una ceremonia de curación que implica la danza y la canción. Probablemente, este proceso de aprendizaje es tan importante como la ceremonia misma.

Muchos terapeutas que utilizan el baile como una forma de sanación hablan de la importancia de concebir nuestro cuerpo y nuestra mente como una unidad, de ponernos en contacto con nuestro cuerpo y escuchar lo que tiene que decirnos en vez de tratar de dominarlo y controlarlo para arrancar la enfermedad de él. El baile es el lenguaje del cuerpo y al utilizarlo conscientemente estamos creando una comunicación entre la mente y el cuerpo. La danza meditativa, por ejemplo, consiste en que la persona que lo practica se mueva al ritmo de la música o en silencio, con los ojos cerrados, consciente sólo de su respiración y su movimiento, mientras utiliza sus manos y sus brazos como pinceles que van pintando el espacio en el que se mueve lentamente, sin esfuerzo y sin violencia, sin ninguna intención excepto el placer de sentir el propio cuerpo, sin ser apenas consciente del proceso curativo que puede estar teniendo lugar en su interior.

En cuanto a los instrumentos, probablemente los más ampliamente utilizados dentro de este tipo de terapia sean los de percusión. En el antiguo Egipto, estos instrumentos eran considerados poseedores de un poder espiritual capaz de influenciar y transformar la conciencia y, por tanto, la realidad. Se utilizaban en los ritos religiosos egipcios para abrir el corazón a los dioses (las palabras corazón y mente se utilizaban indistintamente para indicar la conciencia), generalmente tocados por sacerdotisas.

El didjiridoo es un cuerno aborigen que parece ser la más efectiva de las terapias vibratorias. El tambor es capaz de producir una disminución de las ondas cerebrales, que se vuelven más amplias y lentas, induciendo, por tanto, un estado de relajación y calma. Los cuencos tibetanos, formados por metales semipreciosos, producen un sonido asombroso y fascinante.

Entre los que mejor conocen los efectos terapéuticos del sonido se encuentran los gatos, hasta el punto de haber conseguido la merecida fama de tener siete vidas. El ronroneo ayuda a que sus huesos y órganos sanen más rápidamente, lo que explica que sean capaces de sobrevivir a caídas desde muchos metros de altura. Un estudio realizado con 132 gatos mostró que el 90% sobrevive a una caída desde un edificio de 5,5 planas por término medio. Uno de ellos sobrevivió a una caída de 45 pisos. El sonido producido por el ronroneo de los gatos oscila entre 27 y 44 hercios. La exposición a frecuencias similares se ha visto que mejora también la densidad ósea en humanos. Algunos científicos están investigando para comprobar si un tratamiento basado en el sonido sería capaz de detener la osteoporosis e incluso renovar el crecimiento óseo en mujeres posmenopáusicas. Según el doctor David Purdie, del centro de enfermedades óseas metabólicas en la universidad de Hull, el esqueleto humano necesita estimulación o empieza a perder calcio y debilitarse. El ronroneo podría ser el modo en que los gatos proporcionan esa estimulación a sus huesos. Añade que es difícil idear ejercicios físicos para gente mayor que sufre de osteoporosis pero que tal vez sería posible usar un mecanismo que utilizara el ronroneo del gato para fortalecer sus huesos.

Escritura

Escribir es también una forma creativa de mantener a raya el estrés de la vida diaria y una ayuda a la hora de resolver problemas emocionales o físicos, como pudo demostrar un grupo de investigadores de la Universidad Estatal de Nueva York en un estudio realizado con enfermos de asma y artritis reumatoide a quienes se pidió que escribieran sobre un acontecimiento estresante. Incluso cuatro meses después de haber realizado el ejercicio sus síntomas físicos mostraban una mejoría clínica relevante. Los investigadores no pudieron descubrir la forma en que la escritura es capaz de producir este tipo de efectos. Sin embargo, son muchos los que defienden la estrecha relación existente entre mente y cuerpo, entre alteración emocional y enfermedad física, por lo que no resultan tan extraños estos resultados. Escribir sobre un determinado problema es una forma de trabajar en él, asimilarlo, descubrir nuevos aspectos que se nos habían escapado y sacarlo al exterior, de forma que podemos hacerlo más objetivo, mirarlo desde fuera (algo que podemos realizar también con cualquier otro tipo de expresión artística).

Pero esta no es la única forma de utilizar la escritura como terapia. La poesía, los relatos, los cuentos, las novelas... constituyen también una forma efectiva de hurgar en el subconsciente y sacar de allí historias que son en realidad narraciones sobre nosotros mismos o el mundo que nos rodea. Crear un personaje que vive una determinada situación y expresa unos sentimientos concretos de una manera particular, puede ayudar al escritor a comprenderlos y manejarlos, tanto si le pertenecen como si pertenecen a otras personas de su entorno. ¿Por qué nuestro protagonista reacciona de un forma determinada? ¿Por qué se comporta de esa manera? ¿Por qué se siente así?

El escritor sabe responder a estas preguntas. Por este motivo, mientras escribe está profundizando en el alma humana y también en la suya. Convertir las distintas facetas de nuestra personalidad en personajes de un relato o novela, por ejemplo, constituye una buena forma de conocerlas mejor y de integrarlas.

Las historias que han escrito los demás pueden tener también un efecto muy positivo en el lector. La doctora Clarissa Pinkola Estés, autora de Mujeres que Corren con los Lobos, utiliza el relato como terapia. A través de cuentos de hadas, mitos y leyendas trata de hacer aflorar a la conciencia la parte de nosotros que guarda nuestra verdadera esencia; eso que ella, en su trabajo con las mujeres, llama la Mujer Salvaje. "Los cuentos son una medicina. Tienen un poder extraordinario. No exigen que hagamos, seamos o pongamos en práctica algo; basta con que escuchemos. Los cuentos engendran emociones, tristeza, preguntas, anhelos y comprensiones que hacen aflorar espontáneamente a la superficie el arquetipo; en este caso, la Mujer Salvaje". Según ella, los antiguos cuentos de hadas, sobre todo en su forma original, contienen instrucciones que nos ayudan a enfrentarnos y superar determinados problemas que el ser humano experimenta de forma universal, como aquellos relacionados con la muerte, el amor, el sexo, la transformación, el nacimiento, el duelo. La persona que lee un cuento que trata un tema relaciona con su problemática personal, siente al leerlo un estremecimiento que recorre todo su cuerpo, porque está leyendo su propia historia contada por otro.

Del teatro al psicodrama

El psicodrama consiste en interpretar situaciones de la vida de una persona, expresando los sentimientos implicados en los problemas de su vida diaria. Su aparición se remonta a los años 20, cuando Jacob Moreno empezó a utilizar lo que él llamaba el drama sin ensayo, como una forma de arte más y sin pretensiones terapéuticas, hasta que una actriz con la que trabajaba le habló de ciertos problemas personales y se le ocurrió utilizar un juego de roles sin guión para resolverlos. Así fue cómo nació la dramatización espontánea de situaciones conflictivas o psicodrama, que se ha estado utilizando desde entonces en diversas corrientes psicoterapéuticas, principalmente en el contexto de terapia de grupo, donde los distintos miembros interpretan a las personas implicadas en la vida y conflictos de uno de ellos. Por ejemplo, uno de los participantes puede hablar a otro como si este último fuese su pareja, expresando de este modo sus sentimientos de una forma más efectiva que si solamente los narrase. También pueden ensayarse determinados comportamientos, como aprender a entablar una conversación con un desconocido, hacer valer nuestros derechos de forma efectiva, pedir una cita a alguien que nos atrae, etc. Representar lo que se quiere ser constituye una gran ayuda para llegar a serlo.

Los miembros del grupo que no están actuando en ese momento constituyen el público e intervienen una vez terminada la representación, dando su opinión y aportando una buena dosis de objetividad al problema del paciente. Es importante que los actores sean espontáneos y que expresen sus sentimientos sin restricciones ni inhibiciones, algo que se ve facilitado por el contexto de terapia de grupo, en el que todos van a participar por igual.

El terapeuta observa la escena mientras se representa y la detiene si piensa que el protagonista no está siendo espontáneo o los otros actores no han comprendido del todo a los personajes de la vida del protagonista que están representando.

Por supuesto, de este modo podemos aprender a ser mejores, pero también podemos aprender comportamientos poco deseables. La adolescencia es quizás la etapa más vulnerable en este sentido, ya que el o la adolescente está buscando su propia identidad y necesita personas con quienes poder identificarse. La figura del héroe vengador y justiciero tiene un gran atractivo para los adolescentes y las señales que emite son muy contradictorias, ya que por un lado es un asesino cruel que mata con gran frialdad y sin arrepentimiento(a los "malos", por supuesto) y por otro aparece como el bueno de la película, el héroe al que todos aclaman. Por tanto, no es difícil conseguir que un adolescente si sienta atraído por él y el juego de roles constituye una buena forma de aprender su comportamiento. Saber cómo hacer algo, por supuesto, no implica que vayamos a hacerlo, pero siempre es más fácil hacer algo que hemos aprendido y ensayado que hacer algo que desconocemos, sobre todo si se trata de una persona con algún tipo de problema emocional.

Algunas técnicas utilizadas en el psicodrama

El doble. Otra persona imita al protagonista, a veces de forma exagerada o incluso actúa por él, sobre todo cuando el terapeuta considera que está teniendo problemas a la hora de expresar sus sentimientos o no se atreve a hacerlo.

La tienda mágica. Se trata de una tienda en la que se venden valores y metas en la vida y se utiliza cuando el paciente no tiene claro cuáles son los suyos. Para comprarlos en la tienda mágica tendrá que entregar a cambio un aspecto de sí mismo que valore. De este modo puede darse cuenta de qué es lo que de verdad le importa.

Inversión de roles. El protagonista y otro miembro del grupo intercambian los papeles. Esta técnica ayuda a ponerse en el lugar del otro, verse desde fuera y representar al otro como a uno le gustaría que se comportara.

Técnica del espejo. El protagonista pasa a formar parte de la audiencia y otro ocupa su lugar en la representación, comportándose tal y como lo haría el protagonista o, a veces, exagerando.

Representación de sueños. El paciente se tumba como si durmiera y los demás representan su sueño a su alrededor siguiendo sus instrucciones.