Autora: Ana Muñoz
En muchas ocasiones la enfermedad física es el resultado de un desequilibrio emocional que persiste a través del tiempo.
Por supuesto, existen diferencias individuales en el modo de enfermar, tanto a nivel psíquico como a nivel físico. Por ejemplo, en algunas personas cuya salud física ha sido muy buena durante toda su vida, el trastorno emocional puede persistir durante mucho tiempo sin llegar a manifestarse de forma clara a nivel físico, aunque su organismo sí estará debilitado, de manera que tendrá mayor facilidad para contraer enfermedades comunes, como la gripe, menor vitalidad, síntomas leves como dolores de cabeza, problemas digestivos u otros, cansancio crónico, etc.
Otras personas, en cambio, manifiestan sus alteraciones emocionales a nivel físico muy rápidamente, de forma que es posible que ni siquiera sean conscientes de lo que están sintiendo.
¿Cómo se produce la enfermedad?
La medicina moderna tiende a centrase casi exclusivamente en el tratamiento de los síntomas, olvidando la verdadera causa de la enfermedad e ignorando, en muchas ocasiones, el hecho de que los síntomas son los intentos que hace el organismo de lograr la propia curación. Por ejemplo, la fiebre contribuye a combatir a los agentes invasores, como virus o bacterias, mediante un aumento de la temperatura. La inflamación atrae hacia el lugar afectado una serie de células y sustancias que combatirán al agente infeccioso. Al mismo tiempo, concentra dicho agente en el lugar inflamado, impidiendo que se extienda al resto del organismo.
Sin embargo, a veces estas defensas fallan. Puede ser que estas reacciones sean tan intensas que acaben haciendo más mal que bien y no sean capaces de curar, o puede ser que el cuerpo apenas reaccione o que lo haga de forma inapropiada, o que aparezca un síntoma que persiste durante meses sin evolucionar en ningún sentido, ocasionando una molestia crónica que vamos soportando como podemos. Y esto puede suceder ante agentes infecciosos comunes que muchas personas vencen sin demasiada dificultad, o incluso en ausencia de una causa médica conocida. ¿Por qué sucede esto? Todos estamos sometidos a acontecimientos estresantes a lo largo de nuestra vida. Una persona puede sentir, por ejemplo, ansiedad ante uno de estos acontecimientos. La ansiedad conlleva una serie de síntomas físicos, como palpitaciones y liberación de las llamadas hormonas del estrés. Cuando la ansiedad se produce muy a menudo no es extraño, pues, que pueda acabar produciendo enfermedades físicas o alteración del funcionamiento de determinados órganos. Es decir, nuestros estados emocionales influyen en nuestro cuerpo (por ejemplo, se ha visto que en las personas deprimidas también suele darse un debilitamiento del sistema inmunitario).
Pero las emociones, como ya hemos dicho en otros apartados de este sitio web (como Pensamiento constructivo o Terapia Racional Emotiva), no surgen de la nada, sino que están relacionadas con nuestro modo de interpretar lo que nos sucede. Si interpretamos algo como amenazante sentiremos ansiedad. Esta reacción puede dar lugar a síntomas como dolores de estómago o de cabeza, tensión muscular, enfermedades infecciosas o enfermedades respiratorias, tal y como han demostrado algunos estudios en los que se ha visto cómo pueden aparecer estos síntomas tras un acontecimiento estresante.
Nuestra forma de ver el mundo también influye en los síntomas crónicos. Las personas con sentimientos y pensamientos crónicos de desesperanza, desamparo y depresión que, además, tienen poca capacidad para enfrentarse a los acontecimientos estresantes o resolver los problemas de sus vidas (la llamada capacidad de afrontamiento), tienen más probabilidades de tener enfermedades crónicas.
El tratamiento
Los síntomas físicos que se manifiestan de forma crónica o que aparecen y desaparecen de manera periódica sin que ningún tratamiento médico logre mejorarlos, o que al ser tratados farmacológicamente acaban siendo siempre sustituidos por otros que aparecen después, nos están indicando que existe algún problema o conflicto no resuelto de tipo emocional. Si indagamos un poco es muy posible que descubramos estados emocionales negativos que pueden estar contribuyendo a la enfermedad física, bien produciendo síntomas directamente (dolores de cabeza, problemas digestivos, etc.) o bien debilitando nuestras defensas de modo que seamos más fácilmente atacados por agentes infecciosos (como virus de la gripe o de otro tipo) y que nos cueste demasiado trabajo librarnos de ellos.
Así pues, los síntomas físicos nos llevan hasta nuestros estados emocionales negativos y estos a su vez nos muestran los aspectos de nosotros mismos en los que debemos actuar.
Cuando nos sentimos tristes, insatisfechos, agresivos, irritables, envidiosos, angustiados, inferiores a los demás, avergonzados, etc. y estos sentimiento son estables o se repiten a menudo, sabemos que hay algún tipo de desequilibrio en nosotros sobre el que tenemos que trabajar para volver a recuperar la tranquilidad, el valor, la confianza, etc.
Por supuesto, para hacer esto tenemos que conocernos bien a nosotros mismos, no tener miedo de profundizar en nuestro interior y descubrir quiénes somos en realidad y qué estamos sintiendo.
Para ello pueden utilizarse dos tipos de tratamiento (que pueden aplicarse juntos, si así se desea):
1. Un tratamiento psicológico destinado al desarrollo personal que ayude a las personas a conectarse con su verdadera naturaleza, conocer sus verdaderos deseos y necesidades en la vida y tratar de alcanzarlos. De este modo, lograrán un mayor bienestar y equilibrio psicológico que, a su vez, llevará a un mayor bienestar físico y mejorará su salud en general.
2. Un tratamiento dirigido a fortalecer el cuerpo y sistema inmunitario a base de medicinas alternativas, suplementos alimenticios, ejercicio, alimentación sana, yoga, masajes, etc.